viernes, 23 de julio de 2010

El viejo Yopa

Cuanto extraño a Yopa. Hoy, después de tantos años de no escucharlo, caí en cuenta de la nostalgia. Su voz ya no es la misma, ha cambiado irremediablemente. Antes, no era necesaria su voz para reconocerlo, con sus pisadas bastaba. Era uno y eran tres, semejante al misterio de la extraña Trinidad, pero terrenal.
Entraba siempre el mismo Yopa muy de mañana en tres personas distintas, cuando el agua templada de la ducha me espabilaba. Oculto tras la cortina de la regadera, inauguraba el tan inútil como divertido dialogo de rutina:
— ¿Quién anda ahí?
— Soy yo, pa.
— Hola Yopa, qué andas haciendo por acá.
— No, pa. Soy yo, pa…
Y así se extendía el ritual, cíclico e inmemorial, hasta que agotaba el espumoso chorro de su orín.

Los años terminaron por jubilar la cortina de baño, sustituida en un tris por un arrogante cancel de vidrios opacos y filos metálicos, tras el que hoy volvió a aparecer el viejo Yopa. Lo identifiqué en sus pasos de siempre. Venía acarreando, para él en su terrena Trinidad, y para mí, un tumulto de tiempo irreflexivo. El coloquio fue de apenas una intervención por bando, interrumpido por la nostalgia de un corazón sonriente y estrangulado en nuestras gargantas.
— ¿Quién anda ahí?
— Soy yo, pa…