sábado, 22 de enero de 2011

Cinco de bastos

Me considero una persona escéptica en asuntos esotéricos, zodiacales, brujeriles y demás. Aún cuando mi desconfianza en estos temas es inmediata, procuro mantener la mente abierta y suelo conceder el beneficio de la duda, simplemente como una práctica consciente para no convertirme en uno de esos seres intransigentes que me resultan tan odiosos. En mayor medida dudo en argumentos proféticos, sobre todo porque los tratan en términos muy vagos y las interpretaciones suelen ser de lo más ambiguas. Estas suspicacias se remontan a mis más tiernos inicios de la pubertad, donde la rebeldía era un acto reflejo contra todo, especialmente con los mayores. Sucede que en aquellos tiempos de mocedad, mi madre, a quien tenía que combatir a toda costa por ser mi más cercana autoridad, se daba a la tarea de buscar cómo conseguir algunos centavos extras para nuestra manutención. Mi madre,  que era viuda y encargada de mantener a tres hijos que resultábamos ser mas jijos de la fregada que de ella, consiguió como una ganga, hacerse de un par de libros de cartomancia en un botadero de libros usados. Después de estudiarlos concienzudamente durante un par de semanas, no más, estaba lista para ser clarividente y desvelar los misterios ocultos tras los naipes, aunque sólo por las noches y después de cumplir con su horario laboral como secretaria. No inició con el Tarot, por supuesto, sino con la baraja española vieja que todo mundo tiene en casa. Era todo un misterio para mí saber qué había detrás del cinco de oros o del siete de copas, o peor aún, qué enigma escondía la sota a parte de su sexo, porque hasta hoy no me queda claro si se trata de una hembra o un macho. Discernir qué dicen los números sin ser auditor es tarea harto difícil, sería más sencillo, pensaba yo, si en lugar de los naipes se barajaran las cartas de la lotería, ya que si el azar escoge a El Valiente, El Negrito o La Muerte, pues ya sabe uno a qué atenerse, pero un cinco de bastos que se me figuraban unos pececitos nadando, o aquellos dientes afilados de un seis de espadas me dejaban un mundo abierto a la imaginación. Las vecinas comenzaron a acudir con cierta frecuencia, la misma de siempre, pero ahora con el pretexto de conocer su futuro, querían descubrir si el marido les ponía el cuerno o si la fortuna les sonreiría algún día. Mi madre, pudorosa y escrupulosa de los secretos particulares de su clientela, no nos dejaba entrar en la habitación mientras visualizaba el provenir de las consultantes por ser algo muy íntimo, sin embargo, me las ingeniaba para ocultarme y escuchar lo que le deparaba el destino a nuestro vecindario. No sé si con el curso intensivo y autodidacta mi madre aprendió develar los secretos del universo, lo cierto es que las vecinas acudían en mayor número y yo estrené un par de tenis. Cierto día y pese a ser mi enemiga natural, decidí echarle una manita en su quehacer profético, al escuchar que le comentaba a una vecina: Tenga cuidado con los cristales, leyó mi madre en algún lugar de la baraja. ¿Preciosos? preguntó la señora. No lo sé, continuó mi madre, aquí muy claro dice que hay que tener precaución y por otro lado las cartas muestran cristales. Yo por mi parte veía nítidamente la manera de vengarme de esa vieja que me caía tan gorda, así que al día siguiente, me cargué de un pelotazo con los vidrios de la ventana de la vecina. Dos pájaros de un tiro. Me desquité de todas las que me había hecho la pincha vieja, además que la fama de mi madre como adivina acertada comenzó a crecer. Desde mi escondite aprovechaba términos no muy precisos para ayudarle al destino. Si escuchaba tierra, pues destruía macetas; Si fuego, pequeños incendios en los botes de basura; Si infidelidades, llamadas telefónicas comprometedoras; Si luz, fundía los fusibles. En fin, sin que mi madre supiera, en mi tenía al ángel exterminador encargado de cumplir las sentencias proféticas. El éxito se le subió a la cabeza y se jactaba de ver el futuro de sus clientes, pero era incapaz siquiera de intuir de quién era su aliado. Me sentí con el derecho suficiente de exigirle una bicicleta sin revelarle el secreto de que el éxito de sus laureles y la eficacia de sus presagios era yo, sin embargo, el negocio no daba para tanto y me la negó. Decidí revelarme poniéndome en huelga de brazos caídos y la adivinación dejó de ser certera, se volvió tan eficaz como el horóscopo matutino de la radio. La muy canalla dejó ese negocio adivinatorio semanas después al no conseguir en el mercado una bola de cristal, y empezó a vender en sus ratos libres, miniaturas de obras de arte que recortaba de las cajas de cerillos “Clásicos”, barnizaba con “Resistol” y pedazos de medias de nylon para que les diera la textura de un lienzo y los enmarcaba en madera. De verdad eran pequeñas obras de arte, aunque tampoco dejaban lo suficiente como para comprar una bicicleta, pero debo reconocerle que empezamos a comer más abundante.

sábado, 8 de enero de 2011

De Carlos a Silvio

(o lo que es lo mismo, de Gardel a Rodríguez).

Con la barriga llena es más fácil conciliar el sueño. Llena era un decir, porque apenas dos piezas de pan de ayer y un café negro fueron todo el alimento del día. Había tenido días peores, donde solo con agua intentaba engañar a las tripas. Hoy incluso, al Tarzán, su fiel e inseparable amigo, le había tocado un bolillo y una buena porción de huesos de pollo. Únicamente le faltó un traguito de alcohol para redondear el día, pero la suerte no fue tan esplendida.
Preparó su cama con varias capas de cartón para no sentir tan duro el suelo, una media caja donde escondía la cabeza para tapar la luz del faro y amortiguar el aire que azotaba por esas fechas, y una caja grande donde el Tarzán después de unas cuantas vueltas se echaba a dormir.
Estaba a punto de apagar la colilla del cigarro que casi le quemaba los dedos cuando comenzó a escuchar distantes acordes de guitarra y risas juveniles.
La música le llegaba tan lejana y a la vez tan cercana. Lo invitaba, lo incitaban aquellos sonidos tenues de voces de muchachas y muchachos que empuñaban sus guitarras, así como aquellas risas sanas y despreocupadas. Aquel ambiente de bohemia casi podía olerse, percibía claramente a lo lejos aquel sonido de antañas melodías que le despertaron sus nostalgias.
Casi involuntariamente, sus pasos lo encaminaron hacia donde el sonido se hacía más fuerte, quería retroceder, pero sus pies no lo obedecieron. Exactamente de la misma manera como cuando él decidió revelarse contra su conciencia.
Con su mecate le hizo un bozal al Tarzán para que no fuera a ladrar y mucho menos a aullar como acostumbraba a hacerlo cuando cantaba o silbaba alguna canción. Quería acercarse pero le daba pena, se sabía viejo y se sentía sucio. Claro que iba a importunar a aquel coro juvenil si se les aparecía de pronto. Decidió seguir su instinto como lo había hecho durante toda su vida. ¡Que más puede perder quien lo ha perdido todo!. Tomó sus cartones y su carrito, y decidió alcanzar a sus pasos que ya iban como cien metros mas adelante. Pensó en acercarse pero no mucho, solo lo suficiente para poder escucharlos mas claramente y lo suficientemente lejos para no ser visto y que no percibieran su olor a mugre y ropa vieja.
Encontró un buen lugar detrás de unos matorrales, extendió sus cartones, metió la mano al bolso de su saco y extrajo tres bachitas de cigarro como para cinco fumadas cada una. Encendió la primera y con ella un recuerdo. Y así, como suele suceder, cuando parece que las cosas y la vida misma conspiran y se ponen de acuerdo para una determinada causa, parecía como si los muchachos conocieran su vida y le dedicaran aquel tango de Gardel, cantando: Sola, fañe y descangayada, la vi esta madrugada salir de un cabaret.
Sin poder evitarlo, una lágrima rodó por su arrugada mejilla, recordando aquella pasión que le hizo perder el orgullo y la vergüenza. Abandonó todo por ella; esposa, hijos, trabajo, amigos, moral y dignidad. Un momento de lucidez (digámosle poética) asomó a su mente, y entendió entonces el porqué las lágrimas son saladas, para que arda la herida a la que invariablemente caen y que no cicatrice con facilidad.
Añoró el tiempo cuando se dedicaba a la composición y al canto. Nunca trascendió su fama más allá de su pequeña ciudad, pero si llegó a cantar en escenarios de cierto prestigio de la localidad y algunos trovadores amigos llegaron a interpretar sus composiciones, e incluso, dicen que hasta hubo quien grabó alguna vez una canción suya. Nunca atesoró riquezas, no alcanzaba para tanto, pero con lo que ganaba le alcanzaba para vivir de una manera digna y cómoda. Hasta que la conoció a ella, a aquella que lo hizo caer tan bajo, aquella por quien perdió y dejo todo, la que lo hizo que abandonara todas las cosas y convicciones por las que siempre lucho. O que estas lo abandonaran a él, nunca supo a ciencia cierta que fue primero, pero sentía que una, fue consecuencia de la otra.
Y pensar que hace unos años. cantaban los muchachos, fue mi locura, que llegué hasta la traición por su hermosura. Al escuchar aquellos versos ya no pudo aguantar más, abrazó al Tarzán, y enjugo su llanto con el pelo enmarañado de su fiel amigo. Buscó desesperadamente entre los cachivaches de su carrito un poco de alcohol, pero no había más, la botella que encontró estaba más seca que su alma y su garganta; de puro coraje, quiso estrellarla contra el suelo, pero recapacitó que esto podría alertar a los muchachos y quedarse sin el consuelo que siempre y sobre todo en ese momento le brindaba la música. Encendió otra colilla y entonces escuchó que alguien se acercaba y trató de ocultarse. De pronto, sintió que la orina caliente de quien se acercó a su escondite bañaba su pantalón, se movió instintivamente y un muchacho ahogó un grito que hasta las ganas de mear se le fueron.
- Discúlpeme por favor señor, no lo vi.
- No te preocupes muchacho, menos mal que no eres un perro, porque es lo único que me falta. Pero, peor hubiera sido si te ha dado por cagar.
Y ambos rieron.
- Venga amigo, a manera de disculpa ¿que le puedo ofrecer?, ¿un trago?, ¿un cigarro?.
- Ofréceme los dos, que ambos me hacen falta.
- Acérquese a la fogata, ahí tenemos vino, cigarros, botanas, música, amistad y hasta un poquitín de hierba buena. Es más, hasta puede refrescarse echándose un chapuzón en el agua. Lo único que le pido es que respete a las chamacas que departen con nosotros, no nos las vaya a ciscar y se nos arruine la velada.
- No muchacho, déjame la cubita que traes en la mano y obséquiame un tabaco, yo desde aquí los escucho, no quiero importunarlos, además, las damas que los acompañan pueden sentirse incomodas con mi presencia. Mi facha no es algo que inspire mucha confianza que digamos.
- Como guste amigo. Si necesita algo más, solo acérquese. Me llamo Silvio. Y le extendió su mano.
El joven se alejó y vio que al reunirse con sus amigos, todos voltearon hacia donde él se encontraba y soltaron la carcajada, seguramente les contó la anécdota de la orinada, pensó para si.
Muy poco le duró el trago que le habían regalado, pues con la garganta tan seca, la sed tan atrasada y las ansias de un buen licor por tanto tiempo sofocadas, lo bebió en tan solo dos tragos.
La amabilidad del muchacho le dio la confianza y fuerza suficiente para guardarse su vergüenza y acercarse a ellos, además, porque la tripa ya chillaba. Después de pensarlo mucho, se animó, se sacudió un poco, se arregló un poco el cabello con las manos, fajó sus ropas, se limpió con las pantorrillas sus agujerados zapatos, se abrochó el botón del cuello y se encaminó hacia donde estaban ellos, con la frente y lo que le quedaba de orgullo bien erguidos.
- Favor no se molesten que pronto me estoy yendo, no vine a perturbarles y menos a ofenderlos, comenzó diciendo, y preguntó si podrían obsequiarle otro traguito, que la sed era mucha y el dinero escaso, que si por ahí les sobraba algún bocadito, porque no es saludable tomar con la panza vacía, y cualquier cosa que les sobrara para su amigo el Tarzán.
Comenzó contándoles lo irresistible que le resultó escucharlos desde lejos cantando y divirtiéndose como lo hizo él hace muchos años atrás, que no pensaran que lo motivó el interés del pan y el vino, que fue la música, que también disculparan su facha porque no siempre se vio así.
Los muchachos interrumpieron por un rato su bohemia y le dedicaron su atención, el viejo tenía una conversación bastante fluida y agradable, hasta les platicó parte de su historia. La rescatable.
- Yo también me alegraba entre amigos y cuerdas decía, con licores y damas, ¿más de eso quién se acuerda?
Sacó de sus bolsillos una foto arrugada y vieja como su propia estampa, les contó que fue tomada en el teatro de la ciudad cuando lo llamaron a abrir un concierto de un cantante, que en ese momento la memoria lo traicionaba y no se acordaba del nombre.
Ya animado por los tragos y por el interés mostrado por los muchachos, se atrevió a pedirles prestada una guitarra y entonó una dulce y vieja melodía.
Los años no pasan en vano y cobran la factura. Los excesos causan estragos, su voz sonaba opaca y arrugada, ya no alcanzaba las notas altas y parte de la letra de plano se le olvidó. Aún así, los jóvenes le aplaudieron entusiastas y le animaron a que cantara otra, pero solo cantó algunos compases de una canción de Chava Flores. Yo tenía un chorro de voz, era el amo del falsete, por el canto me di al cuete y por fumar me dio la tos, y de aquel chorro de voz solo me quedo un chisguete, que los muchachos se sabían y lo acompañaron en coro y el Tarzán con sus aullidos.
Se sintió nuevamente feliz, hacía ya tanto tiempo que no disfrutaba tanto como aquella noche, se volvía a sentir importante para alguien, aunque fuera solo por un rato y para desconocidos, pero prefirió parar, cortar de tajo el momento para no estropear la velada de los jóvenes, porque desde hace mucho tiempo todo lo arruinaba, se reconocía como el revés del rey Midas. Regresó la guitarra y les agradeció con los ojos a media agua y con un nudo en la garganta que le impidió decir palabra alguna, solo les hizo reverencias al más puro estilo japonés y caminó hacia atrás para empezar a marcharse.
Una de las muchachas conmovida por la escena y animada no se sabe si por el alcohol o por su piedad natural, se le acercó, y le regaló un tierno beso en la mejilla, acompañado de una cajetilla casi entera de cigarros que puso en la bolsa del saco sin que él se diera cuenta.
- Vuelva cuando quiera amigo ….indigente… dijo Sandra. Y esa palabra indigente sonó muy tenue, se arrepintió al decirla pero ya no pudo detenerla, solo bajó el volumen y casi se convirtió en murmullo.
- Dime vagabundo mi niña, porque eso es lo que soy. Suena menos respetuoso y menos formal, pero más elegante.
Le sonrió sinceramente, y pese a su chimueléz ésta no se vio grotesca, es más, fue como una mueca, tan enigmática que la de Monalisa, pero fue una sonrisa amigable y franca.
Hasta entonces pudo recobrar el aliento y se despidió excusándose en que tenía que hacer cosas importantes temprano al otro día: Como la noche avanza, los dejo con la danza el canto y la cultura.
Dijo esto acompañado de otra reverencia cortés, llamó al Tarzán con un silbido, encendió lo que creía su última colilla de cigarro y se marchó desandando su camino.


Nota del autor: Este cuento nace inspirado en la canción “Monólogo” de Silvio Rodríguez. Y para proveerle de una historia al personaje, la canción “Esta noche me emborracho” de Carlos Gardel tenía tela suficiente de donde cortar para revestirlo.
Como homenaje a ambos, así como disculpa por el  atrevimiento, se agregan las letras de estas dos bellísimas canciones.


Monólogo
Silvio Rodríguez

Favor, no se molesten,
que pronto me estoy yendo;
no vine a perturbarles
y menos a ofenderlos.

Vi luz en las ventanas
y oí voces cantando
y sin querer,
ya estaba tocando.

Yo también me alegraba
entre amigos y cuerdas,
con licores y damas,
mas ¿de eso quién se acuerda?

Una vez fui famoso,
siempre andaba viajando:
aquí traigo una foto
actuando.

Me recordaron tiempos
de sueños e ilusiones.
Perdonen a este viejo,
perdonen.
 
Ya casi me olvidaba
pero, para mañana,
van a dar buen pescado,
hoy nos llegaron papas
y verduras en latas
al puesto del mercado.

En cuanto llegue y coma
me voy para la zona,
por lo de la basura.
Como la noche avanza
los dejo con la danza,
el canto y la cultura.

Disculpen la molestia,
ya me llevo mi boca.
A mi edad la cabeza
a veces se trastoca.

En la alegría de ustedes
distinguí mis promesas
y todo me parece
que empieza.

Favor, no se molesten,
que casi me estoy yendo;
no quise perturbarles
y menos ofenderlos.

Vi luz en las ventanas
y oí voces cantando
y sin querer,
ya estaba soñando.

Vivo en la vieja casa
de la bombilla verde.
Si por allí pasaran,
recuerden.


Esta noche me emborracho
Carlos Gardel


Sola, fañé, descangayada,
la vi esta madrugada
salir de un cabaret,
flaca, dos cuartos de cogote
y una percha en el escote
bajo la nuez.

Chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez.

Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
y el cuero picoteao,
y yo que sé cuando no aguanto más,
al verla así rajé, pa no llorar.

Y pensar que hace diez años
fue mi locura,
que llegué hasta la traición
por su hermosura,
que esto que hoy es un cascajo,
fue la dulce metedura
donde yo perdí el honor.

Rechiflao por su belleza
le quité el pan a la vieja
me hice ruin y pecador.

Me quedé si un amigo,
pues viví de mala fe,
que me tuvo de rodillas
sin moral y hecho un mendigo
cuando se fue.

Nunca creí que la vería
en un “resquiesca in pache”
tan cruel como el de hoy,
dime, si no es pa suicidarse,
que por ese cachivache
sea lo que soy.

Fiera venganza la del tiempo
que me hace ver desecho
lo que uno amó.

Este encuentro me ha hecho tanto mal
que si lo pienso más
termino envenenao.

Esta noche me emborracho bien
me mamo bien mamao,
pa no pensar.

Diez fragmentos de ceniza

Qué hacía con este trabajo que estaba acabando con sus riñones, se cuestionaba, ¿debería dejar el taxi y buscar un empleo formal?  Está última pregunta se la formuló un par de años atrás cuando perdió su empleo, con el importe de su liquidación en el bolsillo y 54 años en la espalda. Después de 3 meses de estar presentando currícula, exámenes de aptitud y sicológicos, de entrevistas, de vuelva usted mañana, de nosotros le llamamos, y harto de escuchar la misma escusa de aquellos entrevistadores que se dignaban a darle una respuesta y no evasivas; “Estamos buscando gente más joven”, recordó por qué tomó esa decisión, no por ser la más idónea, sino porque fue la única alternativa. Un extenso currículo no es un conjuro de abracadabra, pesaba más la edad que la experiencia laboral. Era cierto que le gustaba manejar, pero después de dos años de lidiar con el tránsito, con el calor, lluvia, frio, pasajeros, transeúntes y policías viales, conducir ya no le parecía tan encantador. Bueno, concluyó, si esta era ahora la forma de ganarse la vida, tendría que hacérsela de alguna manera más atractiva. Si algo le gustaba ahora de su actual oficio, era conocer gente y se distraía con lo que le platicaran. …Fíjese que para mi, Javier Aguirre se vendió para el juego contra Argentina, ¿no se dio cuenta que no quiso dar la cara en la entrevista un día antes del partido?... Nombre, si ya todo está arreglado, Peña Nieto va a ser el nuevo presidente, el PAN está perdido y el PRD cavó su propia tumba… Si lo dijo Paty Chapoy en su programa, que esta vieja… este… cómo se llama… anda de novia con el argentino ese de la comedia de las ocho… No, joven, yo en mis buenos años le hubiera puesto en la madre al mismísimo Púas Olivares, sólo que no me dieron chance, había que caerse con una buena lana pa que le dieran a uno peleas de cartel... Ya con mi mamá no hay mucho que hacer, voy al hospital a recogerla y llevármela a la casa pa que pase sus últimos días, cuando menos, que no esté solita, y no la sorprenda la muerte en una fría habitación de hospital... No se pierda de ver la película “El Infierno”, ahí dicen la mera neta de lo que está pasando con el país... A mi me atracaron encañonándome en la cabeza, desde entonces ya no manejo... Qué onda, mi rey, y si te pago con cuerpo a cuántos viajes equivale... Ayúdeme con las bolsas, señor, apiádese de esta viejecita que tiene que subir tres pisos y hágame un descuentito ¿no?... A la gente le gusta hablar, no cabía la menor duda. Tenía a diario conversaciones, algunas interesantes, las más, casuales. Raro era el pasaje con el que no entablaba plática. Tenía la inexplicable virtud, quizá por su cara regordeta y afable, que la gente se abriera con él y le contara sus confidencias, fue entonces que decidió sacar partido a su atributo; se le ocurrió poner un letrero por la parte de atrás del respaldo del copiloto una calcomanía con la leyenda: “En esta unidad, además de conducirlo a su destino, se le escucha con atención”. El impacto de aquel rótulo causó el efecto contrario, por lo menos, durante la primer semana, el pasaje, al leer el anuncio guardaba silencio y él lo respetaba aunque extrañaba la plática. Pero un par de semanas después, en el “sitio” lo radiaban con mayor frecuencia. Algunas personas pedían en específico a su unidad, la 4250 para el viaje. Había pasajeros que lo llamaban sin tener un rumbo definido simplemente para charlar. Algunos le solicitaban dar vueltas por la ciudad en lo que platicaban con él. Él respondía con atentos monosílabos y con expresión interesada y sincera, evitaba, a toda costa, meter su cuchara intentando dar consejos. Sabía escuchar. Otros pasajeros, comentaban durante el trayecto y solicitaban que los recogiera a determinadas horas y continuaban con la historia. Algunos le contaban su vida en episodios que duraban días y hasta semanas, otros, simplemente se desahogaban y no volvían a requerir de sus servicios, aunque eran los menos. Desde entonces tenía lleno su horario de trabajo y hasta algunas horas extras de lo que acostumbraba conducir. Su compañeros le preguntaban cuál era el secreto, incluso hubo quienes cambiaron su modelo de automóvil por el que él tenía. Les causaba envidia que había quienes gustaban de esperar hasta que se desocupara la 4250. Él les decía que su secreto era la cortesía, de ser atento con el pasaje pero no le creían. No mames, si yo me paso de atento, hasta les platico un chingo de pendejadas y a otros hasta el periódico les presto. Él los escuchaba y les sonreía. Una de sus clientes asidua, decidió un día ocupar el asiento del copiloto. Lloró. Se desahogó con el conocido desconocido y pidió que la abrazara. Él estacionó el auto y dejó que llorara en su hombro. Un anciano recién enviudado sin más ni más lo abrazó durante un alto y él le correspondió con otro, además de sobarle cariñosamente la escasa y blanca cabellera. Sus terapias móviles le estaban dando buenos dividendos, no sólo por tener horario lleno, había también propinas generosas. Una mujer más o menos de su edad con quien había conversado en otras ocasiones, le pidió se tomaran un cafecito el algún sitio para platicar a gusto. Eso no fue lo sobresaliente, ya otras veces había acompañado a cantinas a otros pasajeros, lo que le sorprendió fue que después de una charla que iba a ningún lado, se puso seria y le entregó diez pequeños envases con las cenizas de su de su unigénito. Le confesó que en un absurdo asalto mataron a su marido, enviudando cuando su pequeño recién iniciaba su adolescencia, quien además, nunca logró reponerse del todo ante la inesperada muerte de su padre. Se volvió una madre sobreprotectora, enérgica e intransigente para salvaguardar a su hijo de los males de la ciudad. Le coartó su juventud con una disciplina que envidiaría el general más estricto, y todo esto culminó con el suicidio de su hijo hacía apenas cuatro meses. Le dio a leer una carta doliente donde el muchacho de 17 expresaba que si la vida era una mierda habría que desecharla al excusado. Aquella mujer, que en sus palabras le expresó que se había quedado sin vida al perder la de su hijo, y con una culpa carcomiéndole los tuétanos, le suplicó que distribuyera sus cenizas en aquellos lugares que un joven frecuentaría. Ella era una ermitaña citadina desde que murió su marido y no tenía idea de lo que a los jóvenes les gusta. Soltó el llanto y él la abrazó con el alma encogida. Cuando ella logró calmarse, le dijo que tenía que retocarse el maquillaje y en el baño de damas se escuchó un disparo.
Qué hacer con diez fragmentos de ceniza. Sentía la obligación de cumplir el último deseo de un par de suicidas, pero su imaginación se reducía al tamaño de una bala cuando intentaba pensar. Quizá su hijo, a quien veía poco después de su divorcio, pudiera darle una pista. Fue a buscarlo y como siempre, fue rechazado. Su hijo se había puesto totalmente del lado de su madre desde la separación y sólo lo buscaba cuando un aprieto económico apremiaba. Lo que seguramente su hijo nunca rechazaría era una invitación a un partido de la selección. Durante el encuentro le preguntó; ¿Qué es lo que más te gustaría hacer en este momento? Pos qué va a ser, papá, pisar la cancha del estadio con el uniforme de la selección. Aquello le dio la primera pista. Días después esparció las cenizas en el pasto del estadio. Otro envase lo dispersó en los parques de la universidad. Con los pulmones casi estallando logró esparcir por el aire más cenizas en lo alto del Cerro de la Silla. Se fue a los mares de Tampico y dio a comer a los peces el polvo del muchacho en un atardecer violeta. Su nueva actividad, que combinaba con su oído cada ves más atento y comprensivo, le infundía un espíritu jovial, se veía obligado a pensar cómo un muchacho y sentía rejuvenecer, la edad tiene más que ver con el pensamiento que con el tiempo, conjeturaba. Fue a un concierto de rock pagando un boleto a pies del escenario, y consiguió que un integrante del Café Tacvba regara las cenizas sobre la concurrencia. Había gastado la mitad del polvo mortuorio y contaba ahora con un alma dominguera, despilfarraba juventud prestada toreando años en defensa de la alegría por vivir. Resultaba irónico que la muerte de dos suicidas le inyectara nueva vida a su existencia. Se embriagaba del ceniciento espíritu de aquel chaval cuyo nombre ignoraba. A un amigo dedicado a la pirotecnia le pidió mezclara las cenizas con la pólvora de fuegos artificiales para que estallara en el cielo con luces multicolores. Lástima de no tener conocidos en la NASA que lo llevaran a la luna. Sin duda a aquel mozuelo le hubiera gustado probar las glorias de Baco y viajar con figuras y colores psicodélicos de la marihuana, así que mezcló algunas partículas de los recipientes con un buen whisky  y un carrujo de mota, pero el sabor era horroroso, así que no consumió ni una cuarta parte del frasco, la idea fue más bien un pretexto para darse permiso de volver a fumar cannabis después de tantos años. No podía faltar una pista de baile, y al ritmo de un mambo, baile favorito del taxista, dejó caer sobre las tablas las cenizas del muchacho, auque seguramente al occiso hubieran gustado otro tipo de ritmos. Quedaban sólo dos porciones y fracción por colocar, y sin lugar a dudas, algunas de las cenizas deberían quedar en una hembra. Pero cómo depositarlas en ese recinto sagrado. ¿Cómo hacer que una fémina aceptara ser el receptáculo del serrín adolescente? A una de sus clientes nocturnas que salía del table-dance le ofreció diez dejadas gratis a cambio de dejarse vertir sobre su cuerpo desnudo unos gramos de polvo. ¿Coca? Preguntó la encueratriz. No, repuso él, polvos mágicos que me han renovado la ilusión de vivir. Después de unos tragos en un motel, por añadidura vino el sexo, y al terminar, esparció delicadamente las cenizas restantes del embase incompleto sobre los hombros, pechos, ombligo, piernas y mote de Venus de su bella durmiente. Dulce manera de yacer, pensó. La existencia debe vivirse al paroxismo de las emociones. Una pasión que no se lleve a los límites de la frontera con la locura no puede llamarse así, será otra cosa, mas no pasión. Tenía ahora una razón de vivir y lamentaba que restaran sólo dos recipientes, comprendió que sin ilusiones la vida se marchita lenta e imperceptiblemente y no quería que esto volviera a ocurrirle. Le obsesionaba la idea de hacer algo espectacular con las cenizas que quedaban, pero su imaginación parecía haberse agotado. Después de mucho pensarlo concluyó en una formula más tradicional; decidió con la penúltima porción, al sentir que era casi una obligación, que debería sembrar el polvo y una flor al lado de la tumba de su madre. Con los últimos gramos simplemente ya no sabía que hacer. Los guardó durante un tiempo hasta que se le ocurrió una romántica idea. Fue al mar, escribió esta historia, metió cenizas y texto en una botella de vino que previamente disfrutó, la selló y la arrojó a la deriva del océano. Antes, en la defensa de su taxi escribió: Sin pasión ¿sirve de algo la vida? esperando que la frase motivara a otra alma a compartir con él una nueva aventura.