sábado, 8 de enero de 2011

De Carlos a Silvio

(o lo que es lo mismo, de Gardel a Rodríguez).

Con la barriga llena es más fácil conciliar el sueño. Llena era un decir, porque apenas dos piezas de pan de ayer y un café negro fueron todo el alimento del día. Había tenido días peores, donde solo con agua intentaba engañar a las tripas. Hoy incluso, al Tarzán, su fiel e inseparable amigo, le había tocado un bolillo y una buena porción de huesos de pollo. Únicamente le faltó un traguito de alcohol para redondear el día, pero la suerte no fue tan esplendida.
Preparó su cama con varias capas de cartón para no sentir tan duro el suelo, una media caja donde escondía la cabeza para tapar la luz del faro y amortiguar el aire que azotaba por esas fechas, y una caja grande donde el Tarzán después de unas cuantas vueltas se echaba a dormir.
Estaba a punto de apagar la colilla del cigarro que casi le quemaba los dedos cuando comenzó a escuchar distantes acordes de guitarra y risas juveniles.
La música le llegaba tan lejana y a la vez tan cercana. Lo invitaba, lo incitaban aquellos sonidos tenues de voces de muchachas y muchachos que empuñaban sus guitarras, así como aquellas risas sanas y despreocupadas. Aquel ambiente de bohemia casi podía olerse, percibía claramente a lo lejos aquel sonido de antañas melodías que le despertaron sus nostalgias.
Casi involuntariamente, sus pasos lo encaminaron hacia donde el sonido se hacía más fuerte, quería retroceder, pero sus pies no lo obedecieron. Exactamente de la misma manera como cuando él decidió revelarse contra su conciencia.
Con su mecate le hizo un bozal al Tarzán para que no fuera a ladrar y mucho menos a aullar como acostumbraba a hacerlo cuando cantaba o silbaba alguna canción. Quería acercarse pero le daba pena, se sabía viejo y se sentía sucio. Claro que iba a importunar a aquel coro juvenil si se les aparecía de pronto. Decidió seguir su instinto como lo había hecho durante toda su vida. ¡Que más puede perder quien lo ha perdido todo!. Tomó sus cartones y su carrito, y decidió alcanzar a sus pasos que ya iban como cien metros mas adelante. Pensó en acercarse pero no mucho, solo lo suficiente para poder escucharlos mas claramente y lo suficientemente lejos para no ser visto y que no percibieran su olor a mugre y ropa vieja.
Encontró un buen lugar detrás de unos matorrales, extendió sus cartones, metió la mano al bolso de su saco y extrajo tres bachitas de cigarro como para cinco fumadas cada una. Encendió la primera y con ella un recuerdo. Y así, como suele suceder, cuando parece que las cosas y la vida misma conspiran y se ponen de acuerdo para una determinada causa, parecía como si los muchachos conocieran su vida y le dedicaran aquel tango de Gardel, cantando: Sola, fañe y descangayada, la vi esta madrugada salir de un cabaret.
Sin poder evitarlo, una lágrima rodó por su arrugada mejilla, recordando aquella pasión que le hizo perder el orgullo y la vergüenza. Abandonó todo por ella; esposa, hijos, trabajo, amigos, moral y dignidad. Un momento de lucidez (digámosle poética) asomó a su mente, y entendió entonces el porqué las lágrimas son saladas, para que arda la herida a la que invariablemente caen y que no cicatrice con facilidad.
Añoró el tiempo cuando se dedicaba a la composición y al canto. Nunca trascendió su fama más allá de su pequeña ciudad, pero si llegó a cantar en escenarios de cierto prestigio de la localidad y algunos trovadores amigos llegaron a interpretar sus composiciones, e incluso, dicen que hasta hubo quien grabó alguna vez una canción suya. Nunca atesoró riquezas, no alcanzaba para tanto, pero con lo que ganaba le alcanzaba para vivir de una manera digna y cómoda. Hasta que la conoció a ella, a aquella que lo hizo caer tan bajo, aquella por quien perdió y dejo todo, la que lo hizo que abandonara todas las cosas y convicciones por las que siempre lucho. O que estas lo abandonaran a él, nunca supo a ciencia cierta que fue primero, pero sentía que una, fue consecuencia de la otra.
Y pensar que hace unos años. cantaban los muchachos, fue mi locura, que llegué hasta la traición por su hermosura. Al escuchar aquellos versos ya no pudo aguantar más, abrazó al Tarzán, y enjugo su llanto con el pelo enmarañado de su fiel amigo. Buscó desesperadamente entre los cachivaches de su carrito un poco de alcohol, pero no había más, la botella que encontró estaba más seca que su alma y su garganta; de puro coraje, quiso estrellarla contra el suelo, pero recapacitó que esto podría alertar a los muchachos y quedarse sin el consuelo que siempre y sobre todo en ese momento le brindaba la música. Encendió otra colilla y entonces escuchó que alguien se acercaba y trató de ocultarse. De pronto, sintió que la orina caliente de quien se acercó a su escondite bañaba su pantalón, se movió instintivamente y un muchacho ahogó un grito que hasta las ganas de mear se le fueron.
- Discúlpeme por favor señor, no lo vi.
- No te preocupes muchacho, menos mal que no eres un perro, porque es lo único que me falta. Pero, peor hubiera sido si te ha dado por cagar.
Y ambos rieron.
- Venga amigo, a manera de disculpa ¿que le puedo ofrecer?, ¿un trago?, ¿un cigarro?.
- Ofréceme los dos, que ambos me hacen falta.
- Acérquese a la fogata, ahí tenemos vino, cigarros, botanas, música, amistad y hasta un poquitín de hierba buena. Es más, hasta puede refrescarse echándose un chapuzón en el agua. Lo único que le pido es que respete a las chamacas que departen con nosotros, no nos las vaya a ciscar y se nos arruine la velada.
- No muchacho, déjame la cubita que traes en la mano y obséquiame un tabaco, yo desde aquí los escucho, no quiero importunarlos, además, las damas que los acompañan pueden sentirse incomodas con mi presencia. Mi facha no es algo que inspire mucha confianza que digamos.
- Como guste amigo. Si necesita algo más, solo acérquese. Me llamo Silvio. Y le extendió su mano.
El joven se alejó y vio que al reunirse con sus amigos, todos voltearon hacia donde él se encontraba y soltaron la carcajada, seguramente les contó la anécdota de la orinada, pensó para si.
Muy poco le duró el trago que le habían regalado, pues con la garganta tan seca, la sed tan atrasada y las ansias de un buen licor por tanto tiempo sofocadas, lo bebió en tan solo dos tragos.
La amabilidad del muchacho le dio la confianza y fuerza suficiente para guardarse su vergüenza y acercarse a ellos, además, porque la tripa ya chillaba. Después de pensarlo mucho, se animó, se sacudió un poco, se arregló un poco el cabello con las manos, fajó sus ropas, se limpió con las pantorrillas sus agujerados zapatos, se abrochó el botón del cuello y se encaminó hacia donde estaban ellos, con la frente y lo que le quedaba de orgullo bien erguidos.
- Favor no se molesten que pronto me estoy yendo, no vine a perturbarles y menos a ofenderlos, comenzó diciendo, y preguntó si podrían obsequiarle otro traguito, que la sed era mucha y el dinero escaso, que si por ahí les sobraba algún bocadito, porque no es saludable tomar con la panza vacía, y cualquier cosa que les sobrara para su amigo el Tarzán.
Comenzó contándoles lo irresistible que le resultó escucharlos desde lejos cantando y divirtiéndose como lo hizo él hace muchos años atrás, que no pensaran que lo motivó el interés del pan y el vino, que fue la música, que también disculparan su facha porque no siempre se vio así.
Los muchachos interrumpieron por un rato su bohemia y le dedicaron su atención, el viejo tenía una conversación bastante fluida y agradable, hasta les platicó parte de su historia. La rescatable.
- Yo también me alegraba entre amigos y cuerdas decía, con licores y damas, ¿más de eso quién se acuerda?
Sacó de sus bolsillos una foto arrugada y vieja como su propia estampa, les contó que fue tomada en el teatro de la ciudad cuando lo llamaron a abrir un concierto de un cantante, que en ese momento la memoria lo traicionaba y no se acordaba del nombre.
Ya animado por los tragos y por el interés mostrado por los muchachos, se atrevió a pedirles prestada una guitarra y entonó una dulce y vieja melodía.
Los años no pasan en vano y cobran la factura. Los excesos causan estragos, su voz sonaba opaca y arrugada, ya no alcanzaba las notas altas y parte de la letra de plano se le olvidó. Aún así, los jóvenes le aplaudieron entusiastas y le animaron a que cantara otra, pero solo cantó algunos compases de una canción de Chava Flores. Yo tenía un chorro de voz, era el amo del falsete, por el canto me di al cuete y por fumar me dio la tos, y de aquel chorro de voz solo me quedo un chisguete, que los muchachos se sabían y lo acompañaron en coro y el Tarzán con sus aullidos.
Se sintió nuevamente feliz, hacía ya tanto tiempo que no disfrutaba tanto como aquella noche, se volvía a sentir importante para alguien, aunque fuera solo por un rato y para desconocidos, pero prefirió parar, cortar de tajo el momento para no estropear la velada de los jóvenes, porque desde hace mucho tiempo todo lo arruinaba, se reconocía como el revés del rey Midas. Regresó la guitarra y les agradeció con los ojos a media agua y con un nudo en la garganta que le impidió decir palabra alguna, solo les hizo reverencias al más puro estilo japonés y caminó hacia atrás para empezar a marcharse.
Una de las muchachas conmovida por la escena y animada no se sabe si por el alcohol o por su piedad natural, se le acercó, y le regaló un tierno beso en la mejilla, acompañado de una cajetilla casi entera de cigarros que puso en la bolsa del saco sin que él se diera cuenta.
- Vuelva cuando quiera amigo ….indigente… dijo Sandra. Y esa palabra indigente sonó muy tenue, se arrepintió al decirla pero ya no pudo detenerla, solo bajó el volumen y casi se convirtió en murmullo.
- Dime vagabundo mi niña, porque eso es lo que soy. Suena menos respetuoso y menos formal, pero más elegante.
Le sonrió sinceramente, y pese a su chimueléz ésta no se vio grotesca, es más, fue como una mueca, tan enigmática que la de Monalisa, pero fue una sonrisa amigable y franca.
Hasta entonces pudo recobrar el aliento y se despidió excusándose en que tenía que hacer cosas importantes temprano al otro día: Como la noche avanza, los dejo con la danza el canto y la cultura.
Dijo esto acompañado de otra reverencia cortés, llamó al Tarzán con un silbido, encendió lo que creía su última colilla de cigarro y se marchó desandando su camino.


Nota del autor: Este cuento nace inspirado en la canción “Monólogo” de Silvio Rodríguez. Y para proveerle de una historia al personaje, la canción “Esta noche me emborracho” de Carlos Gardel tenía tela suficiente de donde cortar para revestirlo.
Como homenaje a ambos, así como disculpa por el  atrevimiento, se agregan las letras de estas dos bellísimas canciones.


Monólogo
Silvio Rodríguez

Favor, no se molesten,
que pronto me estoy yendo;
no vine a perturbarles
y menos a ofenderlos.

Vi luz en las ventanas
y oí voces cantando
y sin querer,
ya estaba tocando.

Yo también me alegraba
entre amigos y cuerdas,
con licores y damas,
mas ¿de eso quién se acuerda?

Una vez fui famoso,
siempre andaba viajando:
aquí traigo una foto
actuando.

Me recordaron tiempos
de sueños e ilusiones.
Perdonen a este viejo,
perdonen.
 
Ya casi me olvidaba
pero, para mañana,
van a dar buen pescado,
hoy nos llegaron papas
y verduras en latas
al puesto del mercado.

En cuanto llegue y coma
me voy para la zona,
por lo de la basura.
Como la noche avanza
los dejo con la danza,
el canto y la cultura.

Disculpen la molestia,
ya me llevo mi boca.
A mi edad la cabeza
a veces se trastoca.

En la alegría de ustedes
distinguí mis promesas
y todo me parece
que empieza.

Favor, no se molesten,
que casi me estoy yendo;
no quise perturbarles
y menos ofenderlos.

Vi luz en las ventanas
y oí voces cantando
y sin querer,
ya estaba soñando.

Vivo en la vieja casa
de la bombilla verde.
Si por allí pasaran,
recuerden.


Esta noche me emborracho
Carlos Gardel


Sola, fañé, descangayada,
la vi esta madrugada
salir de un cabaret,
flaca, dos cuartos de cogote
y una percha en el escote
bajo la nuez.

Chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez.

Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
y el cuero picoteao,
y yo que sé cuando no aguanto más,
al verla así rajé, pa no llorar.

Y pensar que hace diez años
fue mi locura,
que llegué hasta la traición
por su hermosura,
que esto que hoy es un cascajo,
fue la dulce metedura
donde yo perdí el honor.

Rechiflao por su belleza
le quité el pan a la vieja
me hice ruin y pecador.

Me quedé si un amigo,
pues viví de mala fe,
que me tuvo de rodillas
sin moral y hecho un mendigo
cuando se fue.

Nunca creí que la vería
en un “resquiesca in pache”
tan cruel como el de hoy,
dime, si no es pa suicidarse,
que por ese cachivache
sea lo que soy.

Fiera venganza la del tiempo
que me hace ver desecho
lo que uno amó.

Este encuentro me ha hecho tanto mal
que si lo pienso más
termino envenenao.

Esta noche me emborracho bien
me mamo bien mamao,
pa no pensar.