sábado, 8 de enero de 2011

Diez fragmentos de ceniza

Qué hacía con este trabajo que estaba acabando con sus riñones, se cuestionaba, ¿debería dejar el taxi y buscar un empleo formal?  Está última pregunta se la formuló un par de años atrás cuando perdió su empleo, con el importe de su liquidación en el bolsillo y 54 años en la espalda. Después de 3 meses de estar presentando currícula, exámenes de aptitud y sicológicos, de entrevistas, de vuelva usted mañana, de nosotros le llamamos, y harto de escuchar la misma escusa de aquellos entrevistadores que se dignaban a darle una respuesta y no evasivas; “Estamos buscando gente más joven”, recordó por qué tomó esa decisión, no por ser la más idónea, sino porque fue la única alternativa. Un extenso currículo no es un conjuro de abracadabra, pesaba más la edad que la experiencia laboral. Era cierto que le gustaba manejar, pero después de dos años de lidiar con el tránsito, con el calor, lluvia, frio, pasajeros, transeúntes y policías viales, conducir ya no le parecía tan encantador. Bueno, concluyó, si esta era ahora la forma de ganarse la vida, tendría que hacérsela de alguna manera más atractiva. Si algo le gustaba ahora de su actual oficio, era conocer gente y se distraía con lo que le platicaran. …Fíjese que para mi, Javier Aguirre se vendió para el juego contra Argentina, ¿no se dio cuenta que no quiso dar la cara en la entrevista un día antes del partido?... Nombre, si ya todo está arreglado, Peña Nieto va a ser el nuevo presidente, el PAN está perdido y el PRD cavó su propia tumba… Si lo dijo Paty Chapoy en su programa, que esta vieja… este… cómo se llama… anda de novia con el argentino ese de la comedia de las ocho… No, joven, yo en mis buenos años le hubiera puesto en la madre al mismísimo Púas Olivares, sólo que no me dieron chance, había que caerse con una buena lana pa que le dieran a uno peleas de cartel... Ya con mi mamá no hay mucho que hacer, voy al hospital a recogerla y llevármela a la casa pa que pase sus últimos días, cuando menos, que no esté solita, y no la sorprenda la muerte en una fría habitación de hospital... No se pierda de ver la película “El Infierno”, ahí dicen la mera neta de lo que está pasando con el país... A mi me atracaron encañonándome en la cabeza, desde entonces ya no manejo... Qué onda, mi rey, y si te pago con cuerpo a cuántos viajes equivale... Ayúdeme con las bolsas, señor, apiádese de esta viejecita que tiene que subir tres pisos y hágame un descuentito ¿no?... A la gente le gusta hablar, no cabía la menor duda. Tenía a diario conversaciones, algunas interesantes, las más, casuales. Raro era el pasaje con el que no entablaba plática. Tenía la inexplicable virtud, quizá por su cara regordeta y afable, que la gente se abriera con él y le contara sus confidencias, fue entonces que decidió sacar partido a su atributo; se le ocurrió poner un letrero por la parte de atrás del respaldo del copiloto una calcomanía con la leyenda: “En esta unidad, además de conducirlo a su destino, se le escucha con atención”. El impacto de aquel rótulo causó el efecto contrario, por lo menos, durante la primer semana, el pasaje, al leer el anuncio guardaba silencio y él lo respetaba aunque extrañaba la plática. Pero un par de semanas después, en el “sitio” lo radiaban con mayor frecuencia. Algunas personas pedían en específico a su unidad, la 4250 para el viaje. Había pasajeros que lo llamaban sin tener un rumbo definido simplemente para charlar. Algunos le solicitaban dar vueltas por la ciudad en lo que platicaban con él. Él respondía con atentos monosílabos y con expresión interesada y sincera, evitaba, a toda costa, meter su cuchara intentando dar consejos. Sabía escuchar. Otros pasajeros, comentaban durante el trayecto y solicitaban que los recogiera a determinadas horas y continuaban con la historia. Algunos le contaban su vida en episodios que duraban días y hasta semanas, otros, simplemente se desahogaban y no volvían a requerir de sus servicios, aunque eran los menos. Desde entonces tenía lleno su horario de trabajo y hasta algunas horas extras de lo que acostumbraba conducir. Su compañeros le preguntaban cuál era el secreto, incluso hubo quienes cambiaron su modelo de automóvil por el que él tenía. Les causaba envidia que había quienes gustaban de esperar hasta que se desocupara la 4250. Él les decía que su secreto era la cortesía, de ser atento con el pasaje pero no le creían. No mames, si yo me paso de atento, hasta les platico un chingo de pendejadas y a otros hasta el periódico les presto. Él los escuchaba y les sonreía. Una de sus clientes asidua, decidió un día ocupar el asiento del copiloto. Lloró. Se desahogó con el conocido desconocido y pidió que la abrazara. Él estacionó el auto y dejó que llorara en su hombro. Un anciano recién enviudado sin más ni más lo abrazó durante un alto y él le correspondió con otro, además de sobarle cariñosamente la escasa y blanca cabellera. Sus terapias móviles le estaban dando buenos dividendos, no sólo por tener horario lleno, había también propinas generosas. Una mujer más o menos de su edad con quien había conversado en otras ocasiones, le pidió se tomaran un cafecito el algún sitio para platicar a gusto. Eso no fue lo sobresaliente, ya otras veces había acompañado a cantinas a otros pasajeros, lo que le sorprendió fue que después de una charla que iba a ningún lado, se puso seria y le entregó diez pequeños envases con las cenizas de su de su unigénito. Le confesó que en un absurdo asalto mataron a su marido, enviudando cuando su pequeño recién iniciaba su adolescencia, quien además, nunca logró reponerse del todo ante la inesperada muerte de su padre. Se volvió una madre sobreprotectora, enérgica e intransigente para salvaguardar a su hijo de los males de la ciudad. Le coartó su juventud con una disciplina que envidiaría el general más estricto, y todo esto culminó con el suicidio de su hijo hacía apenas cuatro meses. Le dio a leer una carta doliente donde el muchacho de 17 expresaba que si la vida era una mierda habría que desecharla al excusado. Aquella mujer, que en sus palabras le expresó que se había quedado sin vida al perder la de su hijo, y con una culpa carcomiéndole los tuétanos, le suplicó que distribuyera sus cenizas en aquellos lugares que un joven frecuentaría. Ella era una ermitaña citadina desde que murió su marido y no tenía idea de lo que a los jóvenes les gusta. Soltó el llanto y él la abrazó con el alma encogida. Cuando ella logró calmarse, le dijo que tenía que retocarse el maquillaje y en el baño de damas se escuchó un disparo.
Qué hacer con diez fragmentos de ceniza. Sentía la obligación de cumplir el último deseo de un par de suicidas, pero su imaginación se reducía al tamaño de una bala cuando intentaba pensar. Quizá su hijo, a quien veía poco después de su divorcio, pudiera darle una pista. Fue a buscarlo y como siempre, fue rechazado. Su hijo se había puesto totalmente del lado de su madre desde la separación y sólo lo buscaba cuando un aprieto económico apremiaba. Lo que seguramente su hijo nunca rechazaría era una invitación a un partido de la selección. Durante el encuentro le preguntó; ¿Qué es lo que más te gustaría hacer en este momento? Pos qué va a ser, papá, pisar la cancha del estadio con el uniforme de la selección. Aquello le dio la primera pista. Días después esparció las cenizas en el pasto del estadio. Otro envase lo dispersó en los parques de la universidad. Con los pulmones casi estallando logró esparcir por el aire más cenizas en lo alto del Cerro de la Silla. Se fue a los mares de Tampico y dio a comer a los peces el polvo del muchacho en un atardecer violeta. Su nueva actividad, que combinaba con su oído cada ves más atento y comprensivo, le infundía un espíritu jovial, se veía obligado a pensar cómo un muchacho y sentía rejuvenecer, la edad tiene más que ver con el pensamiento que con el tiempo, conjeturaba. Fue a un concierto de rock pagando un boleto a pies del escenario, y consiguió que un integrante del Café Tacvba regara las cenizas sobre la concurrencia. Había gastado la mitad del polvo mortuorio y contaba ahora con un alma dominguera, despilfarraba juventud prestada toreando años en defensa de la alegría por vivir. Resultaba irónico que la muerte de dos suicidas le inyectara nueva vida a su existencia. Se embriagaba del ceniciento espíritu de aquel chaval cuyo nombre ignoraba. A un amigo dedicado a la pirotecnia le pidió mezclara las cenizas con la pólvora de fuegos artificiales para que estallara en el cielo con luces multicolores. Lástima de no tener conocidos en la NASA que lo llevaran a la luna. Sin duda a aquel mozuelo le hubiera gustado probar las glorias de Baco y viajar con figuras y colores psicodélicos de la marihuana, así que mezcló algunas partículas de los recipientes con un buen whisky  y un carrujo de mota, pero el sabor era horroroso, así que no consumió ni una cuarta parte del frasco, la idea fue más bien un pretexto para darse permiso de volver a fumar cannabis después de tantos años. No podía faltar una pista de baile, y al ritmo de un mambo, baile favorito del taxista, dejó caer sobre las tablas las cenizas del muchacho, auque seguramente al occiso hubieran gustado otro tipo de ritmos. Quedaban sólo dos porciones y fracción por colocar, y sin lugar a dudas, algunas de las cenizas deberían quedar en una hembra. Pero cómo depositarlas en ese recinto sagrado. ¿Cómo hacer que una fémina aceptara ser el receptáculo del serrín adolescente? A una de sus clientes nocturnas que salía del table-dance le ofreció diez dejadas gratis a cambio de dejarse vertir sobre su cuerpo desnudo unos gramos de polvo. ¿Coca? Preguntó la encueratriz. No, repuso él, polvos mágicos que me han renovado la ilusión de vivir. Después de unos tragos en un motel, por añadidura vino el sexo, y al terminar, esparció delicadamente las cenizas restantes del embase incompleto sobre los hombros, pechos, ombligo, piernas y mote de Venus de su bella durmiente. Dulce manera de yacer, pensó. La existencia debe vivirse al paroxismo de las emociones. Una pasión que no se lleve a los límites de la frontera con la locura no puede llamarse así, será otra cosa, mas no pasión. Tenía ahora una razón de vivir y lamentaba que restaran sólo dos recipientes, comprendió que sin ilusiones la vida se marchita lenta e imperceptiblemente y no quería que esto volviera a ocurrirle. Le obsesionaba la idea de hacer algo espectacular con las cenizas que quedaban, pero su imaginación parecía haberse agotado. Después de mucho pensarlo concluyó en una formula más tradicional; decidió con la penúltima porción, al sentir que era casi una obligación, que debería sembrar el polvo y una flor al lado de la tumba de su madre. Con los últimos gramos simplemente ya no sabía que hacer. Los guardó durante un tiempo hasta que se le ocurrió una romántica idea. Fue al mar, escribió esta historia, metió cenizas y texto en una botella de vino que previamente disfrutó, la selló y la arrojó a la deriva del océano. Antes, en la defensa de su taxi escribió: Sin pasión ¿sirve de algo la vida? esperando que la frase motivara a otra alma a compartir con él una nueva aventura.