sábado, 14 de agosto de 2010

Hasta que el corazón estalle

Correr, sólo quería correr. Huir, escapar de si mismo aunque esto fuera imposible. Trotar velozmente contra las manecillas del reloj intentando retroceder el tiempo. Correr como Lola, correr como Forrest, correr hasta que las piernas desobedezcan, hasta que el corazón se detenga.
Al enterarse, dio unos pasos atrás, abrió la puerta y corrió. El coraje y el pánico se le fueron a las piernas, le cosquillearon los muslos y las pantorrillas y echó a correr. Correr como cuando niño. Correr a ocultarse como cuando jugaba al bote pateado, correr tras un balón, o por el puro placer de sentir el impacto del aire sobre su rostro. Pero esta vez huía, ¿de qué? No quería ni siquiera pensarlo. Huir de su casa, de su trabajo, de la monotonía, de la vida misma. Huir de las responsabilidades, del agobio rutinario, sacudirse el miedo. Correr tras los sueños que extravió, correr por las vías del ferrocarril tras aquella novia que dejó partir; correr hasta que el corazón o los pulmones reventaran. Correr a refugiarse en los brazos de su madre. Difunta. Sentía que sus extremidades inferiores desfallecían. Hacía mucho que no corría, le faltaba aire. Mientras el corazón no se detuviera, seguiría adelante, a toda velocidad y a marchas forzadas. Sólo un afortunado infarto lo libraría de su pesar. Una semana atrás le diagnosticaron cáncer. Lo ocultó a su esposa e hijos, lo diría cuando ya fuera evidente e imposible de esconder, pero hoy que el jefe de la fábrica le llamó a él y a otros compañeros para informarles que por la crisis que atravesaba la planta en una semana más prescindirían de sus servicios. Comprendió de inmediato que era preciso morir y aprovechar el seguro de vida y la pensión por viudez para no dejar en desamparo a su familia. Le habría gustado correr al restaurante donde trabajaba su esposa y llenarla de besos, correr a la escuela de sus hijos y abrazarlos, pero hacerlo le doblaría las agallas. Era necesario morir hoy, no en unos meses como le diagnosticó el médico, ni en una semana porque sería demasiado tarde. Hoy. En un suicidio controlado, en un suicidio que no lo pareciera. Correr hacia el templo y reclamarle al Creador el porqué de la saña. Decidió correr, correr sin rumbo, correr como bandido, correr como el caballo blanco, correr como en una competencia sin meta. Correr y disfrutar por última vez el aire y la lluvia que lo empapaban. Correr hasta que el corazón estalle.