sábado, 14 de agosto de 2010

Reencuentro

¿Te vas a ir de pinta verdad? Voltee para reconocer de quien era la melodiosa voz que anticipaba mis intenciones. Era Reina, una compañera de colegio, que,  aunque durante los tres años que llevábamos en la secundaria vespertina no habíamos coincidido nunca en el mismo grupo, manteníamos una relación cordial a fuerza de convivencia, pero nada más, sin intimar. Por eso me extrañó que intuyera mi intención de no asistir a clases. ¿Tan evidente era mi comportamiento? O cómo dicen por ahí; crea fama y échate a dormir.
- ¿Que comes que adivinas? Contesté ¿Tú gustas?
- Uuuyyy Me da miedo. ¿Sabes? Nunca me he ido de pinta, pero tengo unas ganas bárbaras de atreverme. ¿Qué es lo que hacen? ¿A dónde van?
- García y yo quedamos en ir al cine, pero hasta las cuatro, que es la hora en que empiezan las funciones, mientras tanto nos hacemos tontos vagando por ahi. ¿No lo has visto?
- No. Voy llegando. Se me quedó viendo con cara de pícara y soltó: ¿Me invitan? Lo dijo con candidez y coquetería, con las manos atrás, columpiándose de puntitas y elevando el pecho.
- ¿De veras, te atreves? Le dije soltándome el nudo de la corbata de ese horrible uniforme color caqui estilo miliar.
- Pero vámonos, fshhhit, de balazo, antes que me arrepienta.
- Espérate tantito, vamos a esperar a García. Se me hace gacho dejarlo plantado. Él fue quien propuso la pinta de hoy, tiene muchas ganas de ver “El Exorcista” y además es quien trae la lana, yo no traigo ni un clavo.
- Ándale, vámonos que me está entrando ansiedad. Están a punto de abrir la puerta, y si nos ve el prefecto y luego ya no nos ve dentro, seguro nos reporta, y a mí sí que se me arma en grande.

Recordé esta escena a años luz de distancia, formado en fila en la librería donde Reina Fernández iba a autografiar su más reciente novela. Hace poco más de treinta años que no nos vemos y no sé si se acordará de mí. El año pasado leí una novela sin que el nombre de la autora, Reina Fernández, me sonara familiar, pero al ver su foto en la solapa me pareció conocida, y sacando conjeturas de algunos datos biográficos, e incluso detalles dentro de su novela, logré identificarla.
Me mudé de estado al casarme, y hace unos días leí en el periódico que vendría a esta ciudad a promover su nueva obra.
Impaciente, formado esperaba mi turno para que me dedicara el libro, ocultándome sin razón alguna cada vez que ella levantaba la vista para ver cuanta gente faltaba de autógrafo.

- ¿Cuánto traes? le pregunté alejándonos de la escuela sin que García nos acompañara.
- Dos pesos.
- ¿Dos pesos? Ni modo flaquita, te va tocar talonear junto conmigo, porque con eso no nos alcanza pa nada.
- ¿Talonear? ¿Qué es eso? Me suena muy feo “guaaac”.
- Se trata de poner cara de preocupación, y pedir dinero prestado para el camión.
- Pero si el cine está aquí cerquita.
- No seas tontita, lo del camión es un pretexto para obtener dinero, en otras palabras, es una coperacha que hace la gente para nuestra causa, nada más.
- Uuuuyyyy, eso no me lo dijiste. Me va a dar harta pena.
- Tu nomás observa al maestro, le dije mientras seleccionaba a mi primera víctima.
“Señorita, sería usted tan amable y gentil en proporcionarme a manera de préstamo, alguna moneda para completar el dinero para mi pasaje de camión, por comprarle una estampilla a mi hermanito, descompleté lo del transporte.”
La señorita en cuestión, sólo me miró con desdén y sin hacerme caso continuó su recorrido.
- A ver, déjame intentarlo dijo Reina, y se apresuró a salirle al paso a una señora. Yo sin prestarle mucha atención me alejé un poco para evitar sospechas, y continué con mi taloneo. Después de quince o veinte minutos, se me acercó sonriendo.
- ¿Cuánto llevas?
- Un peso con cuarenta centavos, contesté muy ufano, ¿Y tú?
- 15.80 me respondió con una risa tímida.
- ¡Que bárbara! Nos va a alcanzar hasta para palomitas y refrescos.
- ¡Yeeaaa!, ya me gustó lo de la taloneada. Déjame le sigo, quien quita y nos alcanza hasta pa las “Chispas”.
Para eso de las tres, ya teníamos cerca de 30 pesos. Al ver su éxito, me di la libertad de comprarme un cigarrillo suelto y dedicarme a regentearla.
- Juntamos casi 32 pesos, le dije entusiasmado en la taquilla del cine.
- ¿Juntamos Quimo Sabih? Si tú nomás cooperaste con 2.50, me dijo dándome una cariñosa y fuerte palmada en la nuca.

Cuando por fin tocó mi turno en la fila de autógrafos, estiró su mano sin voltear a verme; “¿Cuál es su nombre?”. Le entregué el libro y dije: ¿Le gustaría irse de pinta y talonear un poco para ver si nos alcanza para un café?
Volteó a verme intrigada, recorriendo detenidamente mis facciones. ¿Negrito?, ¿eres Pepe “El Negro”?
- Por supuesto, flaquita, o ¿debo decirte: Licenciada Reina Fernández?
- ¡Que sorpresota negrito chulo! ¡Guau, Uffff! Deja darte un abrazo, dijo intentando ponerse de pie.
- Termina. La detuve posando suavemente mi mano sobre su hombro. Te espero para que vayamos a tomar un café ¿Puedes? Yo mientras salgo a la calle a talonear un poco.
- Uuuuyyy, no. No nos va a alcanzar ni pa los chicles. Rió divertida mientras me escribía una dedicatoria. Espérame un momento y acepto encantada tu invitación.

Cuando salimos del cine panzones de tanta golosina, comenzaba a llover. Caminamos bajo las cornisas para cubrirnos un poco, cuando de pronto, me pareció ver a mi mamá bajando de un auto. Escóndete, dije, acabo de ver a mi mamá. Cuando caí en cuenta que en mi familia no teníamos coche, y que el señor que abrazaba a mi madre y le acariciaba el trasero tampoco era mi papá. Vimos que entraban a un edificio de departamentos. El abrazándola por la espalda, besándole el cuello o susurrándole algo al oído.
- ¡Que lindos! ¿Son tus papás?
- No. Dije bajando la mirada y apretando los puños. Sólo ella, al otro güey ni lo conozco.
- ¡Híjole! … ¡Chin! Hizo una pausa mientras sacudía vigorosamente los dedos, ¿Seguro que es tu mamá? ¿Qué te digo? … Me miró con cara de espanto, cuando notó que mi rostro se transformaba con un rictus de ira y dolor.
No pude contener mis lágrimas. Sentía vergüenza, mucha vergüenza y rabia. Reaccioné ya que la puerta de edificio se había cerrado. Quise correr hacia ellos, pero ella me detuvo con un fuerte abrazo, a la vez tierno y sincero. Shhh, shhh, shhh, no llores me decía, al tiempo que me cubría la cara a besos. Deduzco ahora, que por su inocencia e inexperiencia fue lo que se le ocurrió para consolarme. Continuamos abrazados por un rato, con los rostros empapados de lluvia que ayudaba a camuflar nuestro llanto.

En una cafetería, y después de ponernos al tanto de nuestras historias de tres décadas de ausencia y comentar añoranzas, observé con simpatía que seguía siendo la misma. Sencilla y alegre, con una deliciosa conversación que acompañaba, como siempre,  con un sinfín de onomatopeyas.
Fue inevitable que la plática cayera en aquel bochornoso episodio de mi vida, yo procuré no tocar el tema, porque a pesar de tanto tiempo, aún me avergonzaba. Fue ella quien lo sacó a colación, no de oquis es escritora y ávida de historias.  Le conté lo que a nadie, que me puse fisgonear discretamente las actividades de mi madre, esperando inocentemente que aquel acontecimiento hubiera sido sólo un mal entendido, pero no. Mi madre tenía su amante de planta y lo peor es que se le notaba más alegre que nunca. Aquella felicidad la interpreté en cinismo y me dolía hasta en los huesos. No quería contárselo a papá, pero en un arranque de ira propio de la edad y en una riña insignificante con mi madre durante la cena, vociferé su amorío frente a papá y mis hermanos. Mi hermano me soltó un derechazo que fui a dar contra la alacena. Mi padre impuso la calma de un manotazo en la mesa y nos mandó a dormir. En la recámara, mi hermano continuaba riñéndome, en tanto mi hermana que se había escurrido a nuestra habitación no dejaba de llorar. Yo quería escuchar la conversación de mis padres que se percibía acalorada, pero mis hermanos no me dejaban oír, hasta que sonó un fuerte portazo y después todo fue silencio. Después de un momento que nos parecieron horas nos atrevimos a salir, y encontramos a papá llorando quedito en la mesa de la cocina. “Por favor, lárguense, déjenme solo” masculló, y nos regresamos a ocultar como perros apaleados. Les dije a mis hermanos lo que había averiguado, aunque sólo conseguí golpes, pero ahora por parte de los dos... Hice un silencio ahogado en la conversación con Reina. Mi madre regresó y mi padre es quien se fue, continué, al tiempo que una lágrima daba por terminado el relato. No quise contarle los primeros años de la separación y que fueron los más amargos, más, porque yo me sentía culpable de aquel divorcio. Sólo le platiqué que mi madre me pidió perdón poco antes de morir y que mi padre se tiró al vicio.
-Huuuy, Negrito, perdón… No fue mi intención.
- No te preocupes, flaquita, creo que era algo que necesitaba sacar.
- Es que… ¡Ufff! No sé cómo decirlo… Me tomó las manos, se mordió los labios y abrió tamaños ojotes mirando hacia arriba suspirando profundamente como para aguantar el llanto. – Es que esto me ha hecho recapacitar.
- No, flaquita, si no fue tu cul…
- No es eso, me interrumpió, es que estoy viviendo una situación similar. Dijo mientras buscaba entre su bolso un pañuelo.
Me comentó que le estaba siendo infiel a su esposo. Que vivía un romance maravilloso pero que no había querido recapacitar en el daño que podría causarle a sus hijas y a su marido si se enteraran. Que mi historia le provocó una catarsis pospuesta y evadida.
No sé por qué me lo contó, quizá el secreto le estaba secando el alma y no tenía con quién desahogarse, o tal vez por la discreción, al ser yo, un íntimo desconocido. No lo sé, no quise conocer el motivo ni profundizar en la anécdota. Su rostro avergonzado y triste lo decía todo. Me pasé a su lado y la mantuve abrazada en silencio. Cuando se desahogó, desvié la conversación a temas más divertidos y terminamos, como los dos adolescentes despreocupados que fuimos, pero en nuestras risas a veces se asomaba un dejo de tristeza. Nos despedimos como los dos grandes amigos que nunca fuimos.