sábado, 14 de agosto de 2010

Imágenes

Ella y El son amigos siameses desde niños.
Ella vive a una calle de la de El.
El se acomide a cargar sus libros día con día.
Ambos consensaron un plan durante los trayectos de la secundaria a sus casas para comprobar la hipótesis de su maestra de biología; que el placer sexual equivale a degustar un chocolate.

Ella concluyó que el jueves próximo
era el día más propicio para la aventura.
Ellos matan las dos últimas horas de clase de civismo el día acordado
y saltan la barda de la escuela.
La mamá de Ella no llegará hasta las tres.
El va al borde de un infarto de pene.
Ella, la noche anterior, recogió su cuarto con esmero.
El le robó loción a su papá.
Ella, por los nervios no puede abrir la puerta.
El, en cuclillas, se abrocha discretamente las agujetas
vigilante de miradas indiscretas.
Ella lo jala casi arrastrándolo.
Ambos, callados, suben la escalera hasta la recámara.
Ella, primero entra al baño.
El duda si empieza a desvestirse o no, decide esperarla.
Ambos, a solas en la habitación no saben como empezar.
El da el primer paso desabrochándose el cinturón.
Ella lo imita de inmediato con los botones de su blusa.
Ella sólo tiene dos manos para cubrir su desnudez,
a El le sobran ambas.
El confirma que Ella es hermosa al contemplarla desnuda.
Ella duda un poquito de esa aseveración,
pero se enorgullece de sus nalgas respingonas.
El está cierto que es la mujer más bella del planeta,
debajo nada más de Halle Berry y Shakira.
Ella, más desnuda que la luna, le da la espalda para poner un disco de salsa.
Ella quiere ser bailarina.
El se embelesa con su espalda inmaculada.
El sugiere algo más propicio y le alcanza uno de Alejandro Sanz.
El quiere ser poeta.
Ella se aterra con la barra de chocolate erecta, piensa que no le cabrá.
El desea contemplar nuevamente su espalda,
sorprendido que le atraiga más que su pubis y sus senos.
El, por fin se decide a abrazarla.
Ella se convenció, al contacto, que aquello no le entrará.
Ella se ruboriza.
El escarcea de dónde poner sus manos.
El tan sólo tiene dos.
Ella vacila en palpar esa barra,
pero había que medir terreno.
El ya le besa el cuello.
Ella se anima a tocarlo.
Ella había soñado con un sendero de pétalos rojos,
velitas de luces multicolores y sábanas de satín.
Ella no había elegido muchos aspectos de su vida,
pero puede decidir el cuándo y el quién.
El lo ha cambiado todo.
Ella lo eligió a El.
El se pone el guante de un sólo dedo.
Ella lo ayuda curiosa.
No hubo necesidad de mucho preámbulo;
la emoción, la adrenalina, la visión, el contacto, la certeza
son rocío matinal que lubrica flor y tallo.
Ella lo recibe impaciente y aterrada.
El es vencido por una prisa precoz.
Ella no le da mucha importancia,
El, Ella, ambos, sin habérselo jamás preguntado,
como una verdad omnisciente, saben que la juventud
da terceras y cuartas oportunidades.
El, la sigue besando y susurrando lo hermosa que es.
Ella, insaciable de halagos quiere escuchar más.
El recrea una poesía recién aprendida
acerca de que Ella le brinda una rosa de su rosal principal.
Ella se siente la princesa de un cuento infinito que al unísono entona Sanz.
El querría escribirle un poema en la impoluta hoja de su espalda.
Ella bailar un guaguancó sobre las nubes.
Ella lo mira con la dulzura que antes prodigó a sus muñecas.
El ya sabe que hacer con sus manos aunque envidia a los pulpos.
El prueba otra vez.
Ella lo recibe sin miedo del ciclope.
El traspasa la frontera de fragilidad de orquídea.
Ella lo muerde un poquito.
Ambos confirman con beneplácito la mentira del chocolate.
Ella intenta otra pose donde sus caderas tengan más libertad de baile.
El agradece el paisaje y sus manos la oportunidad de ser dos tibias copas.
Los pechos de Ella evidencian su corta edad,
sus ancas parecen desmentirla.
El se siente un gigante cuando Ella comienza a ronronear como gatito.
El al ver el rostro apasionado de Ella, supo,
sin lugar a dudas, que ha superado en belleza a Shakira.
Ella es morena, de bronce, de barro, de café de grano,
y sin embargo resplandeciente cual cardillo.
El, pálido como el mármol,
la sangre de sus venas apenas pigmentan su piel lo suficiente
para diferenciarla del blanco de los ojos.
Ella concluye que los baños de leche de Cleopatra eran sólo una metáfora
y se zambulle en la piel nívea semitransparente de El.
El le dice que la ama con el énfasis del éxtasis.
El mira con sus dedos lo que el ojo sólo intuye.
Ella, una dulce amazona bailando la danza mitológica del Pegaso.
Ellos, hallan una rendija en la piel donde las almas se funden.
Llega entonces la muerte chiquita
timoneando su balsa en un río de estrellas.
El y Ella, se columpian en los jardines colgantes de Babilonia,
descubren que en el lado oscuro de la luna se embotella el arcoíris,
que en el cenote sagrado canta un coro de sirenas.
Ella y El, con voz de trueno expulsaron a Dios del paraíso.
El y Ella son dos, son uno, son setenta veces siete.
Descubren que en la vida aún hay magia
aunque aún no saben que gusta de ocultarse tras la cortina del tiempo.
Ella y El exponen al ridículo a aquellos científicos que
aseguran que el cuerpo humano es tan sólo un matraz de química,
masa y terminaciones eléctricas.
Ella y El derritieron el mito de chocolate.

El y Ella se juran amor perpetuo.
Ella tiene que arreglar la cama antes de la llegada de su mamá.
El guarda la sábana en su mochila.
Ambos se despiden con un beso interminable.
Ella y El ya se toman por la cintura camino a casa y la escuela.
El quiere romper la promesa de guardar el secreto.
Ella, se lo cuenta a su amiga y confidente.

Ella y El dejan de salir juntos al entrar a Prepa
confirmando la relatividad del tiempo.
El amor eterno de Ella y el infinito de El,
dura un año,
mas le resto del semestre.
El y Ella aún suspiran cuando el recuerdo los asalta desprevenidos.
Ella y El se amarán para siempre…
sin saberlo.