sábado, 14 de agosto de 2010

La conspiración

- Ya fuiste investigado, Juan, y muy a fondo. Como podrás comprender, esta misión es delicada, no podemos permitir infiltrados. Pero además, no te subestimes, gente con tu perfil es difícil de encontrar. No ha sido una tarea sencilla el reclutamiento. Hasta ahora contamos con doscientos miembros y en menos de un mes tenemos que reclutar otros cien. Ya los tenemos seleccionados, contactados e investigados, sólo esperamos que vengan a la entrevista y que acepten unírsenos.
- Perdone que lo contradiga, licenciado, pero si algo sobra en este mundo son pedorros.
- Efectivamente, Juan, aunque no todo el mundo lo reconoce, y son muchos menos los que están dispuestos a unirse a esta justa causa. El flato es una cuestión natural, pero reconocerlo públicamente; es cultural. En este caso, encausarlo, sólo puede ser motivado por la convicción de un bien y deber cívico. Déjame platicarte los inconvenientes que hemos tenido que sortear durante este proceso: En primer lugar, deben ser civiles hartos de sentirse pisoteados por esta estructura gubernamental, inconformes y dispuestos a unirse a la causa. En segundo lugar, que reconozcan su facilidad flatulezca y del control que tengan sobre ella. Además, para este movimiento, los hemos catalogado en dos grandes categorías; los sonoros y los aromáticos. Nos ha costado mucho esfuerzo reclutar mujeres y gente de una posición social acomodada, no porque flatulen menos que cualquier individuo, no es cuestión de género ni de clases sociales, sino mas bien por pudor. Contamos con pocos elementos de estos dos tipos, y se unieron a nosotros más por convicción y devoción a la causa, que por dominio de su esfínter y aparato digestivo. Están en la fase de capacitación, y hasta ahora, con muy buenos resultados. Tu perfil está dentro de la categoría sonora, pero con una durabilidad asombrosa. Ven, permíteme mostrarte las salas de capacitación, el comedor, y presentarte a algunos de tus compañeros. También para que te tomen las medidas para tu traje, porque el día indicado, deberán asistir con impecable presentación. Y no te preocupes, todos estos gastos van por cuenta nuestra, además de los honorarios que ya acordamos.

Juan salió contento del lugar, motivado y convencido de que estaba obrando bien. Tendría que regresar a ese sitio diariamente durante un mes, ya sea a desayunar, comer o cenar una dieta rica en azufre, además de dos sesiones de capacitación mínimas y obligatorias por semana. Prometió en una solemne ceremonia de juramento no decir una sola palabra al respecto, porque una pequeña indiscreción de cualquiera de los participantes, pondría en riesgo toda la operación.

El día esperado por fin llegó. Cada uno de los elementos reclutados llegaron puntualmente y de forma individual. Presentaron sus credenciales de acreditación y ocuparon sus respectivos lugares en la sala, los cuales fueron previa y estratégicamente seleccionados. Hasta adelante se ubicaron los aromáticos. Los sonoros, que eran mayoría, en la parte de atrás; e intercalados en diferentes posiciones, se sentaron quienes podían cumplir con ambas funciones. Juan fue ubicado más o menos en el centro de la sala.
A la hora acordada apareció el Ciudadano Presidente con todo su séquito. Uno de sus más fieles seguidores hizo la pomposa y lambiscona presentación del ejecutivo, culminando con un fuerte aplauso de toda la concurrencia.
El presidente tomó su lugar al frente del estrado y dio inicio a la lectura de un extenso discurso.
Todo comenzó con armonía, pero una discreta señal detonó la confabulación. Inició con un discreto y sonoro pedo que causó el efecto esperado. Risitas apagadas y un cuchicheo en toda la sala. Segundos más tarde, la sala se llenó de un silente y peculiar aroma que provocó nuevamente risas y un murmullo “in crescendo” que originó la primera distracción del presidente.
Siguió el turno de Juan, quien soltó un estruendoso y largo pedo digno de un aplauso que nunca llegaría. Los tres hermanos Fernández, dueños de un educado y fino culo generacional, quienes podían pedorrearse a tres voces armonizando el canon de “El martinillo”, con exacta precisión desde sus estratégicos sitios, sincronizaron un ruidoso flato.
Para ese entonces, la sala entera se destornillaba de risa. El presidente sudaba copiosamente, victima del nerviosismo ante las cámaras televisivas.
De común acuerdo, todos los sonoros elevaron un pedo de extraordinarios decibeles, que sin lugar a dudas sería escuchado y recordado por cientos de televidentes.
Ni siquiera el sida es tan contagioso como la risa, la sala entera era un verdadero manicomio, hasta la escolta del presidente, con sus caras de gárgolas e impenetrables lentes oscuros podían disimular la carcajada.
Llegó el turno de los olorosos, quienes se aventaron un soplado nauseabundo, que si el gas no fuera incoloro, se habría llenado el salón de una densa bruma.
Posteriormente, tanto sonoros como olorosos, dieron rienda suelta a sus esfínteres. Doña Carmelita, quien durante el entrenamiento tuvo las calificaciones más bajas, pero una convicción y voluntad de acero, además de un trasero portentoso y prometedor, al quedársele uno atorado en la punta de la salida, tuvo que imitarlo con una mano bajo su axila.
El presidente no fue capaz de soportar tal pestilencia, y con un movimiento rápido intentando esquivar las cámaras de la prensa escrita, hablada y visual, bañó con vómito los zapatos y pantalones de uno de sus guaruras.
Sólo hay dos cosas casi tan contagiosas como la risa; los bostezos y el vómito, y este último hizo presa a muchos asistentes al evento que no formaban parte del capacitado equipo.
La conspiración fue todo un éxito, grabaron por completo el acontecimiento, previniendo que la televisión, vendida como siempre a los intereses gubernamentales, omitiría las imágenes captadas. La prensa no sólo no mostró las imágenes, omitió por completo todo lo relativo al evento, a excepción de lo que se había transmitido en vivo y en tecnicolor.
La noticia de todos modos se divulgó, se utilizó Internet como medio de difusión masivo, con tan buenos resultados, que en el “youtube” el video ocupó durante varias semanas el primerísimo lugar en las listas de popularidad. Por fortuna (o por desgracia), los aromas aún no pueden difundirse por medios electrónicos. Se escribieron corridos, algunas odas al pedo, que podían leerse en la mayoría de los baños públicos. Hubo incluso, quien llevó a registrar a su hijo con el nombre de Flátulo,  la pobre criatura, fue quien pagó honorablemente los platos rotos.
Se detuvo a cada uno de los que asistieron al evento, pero tuvieron que dejarlos en libertad al no encontrar elementos de juicio. Se les acusó del uso de armas bioquímicas en contra de la nación, pero después de revisar las leyes y consultar a los científicos, se determinó, en una apretada controversia, que la flatulencia pública, no es siquiera una falta a la moral.
Y como las reformas nunca se acaban, a raíz del acontecimiento, el ejecutivo mandó una iniciativa de ley al poder legislativo, donde se exigía se castigara con tres días de prisión sin derecho a fianza, a todo aquel extraño enemigo que osare pedorrearse frente al presidente. Se pidió apoyo a la iglesia para elevar la flatulencia a rango de pecado venial, aunque a esto, los feligreses, lo tomaron tan a broma, que los confesionarios se transformaron en torturantes cámaras de gas. Hubo también campañas publicitarias donde se exhortaba al pueblo al uso de las buenas costumbres, distribuyéndose de forma gratuita, cientos de miles de copias del manual de Carreño.
Pero como todo lo prohibido es más apetecible, la moda entre la juventud era pedorrearse. Hubo concursos clandestinos con sesiones de apuestas para el pedo más largo y para el más sonoro, se excluyó el del tipo hediondo porque el método de medición resultaba demasiado subjetivo. También se inventaron ingeniosos juegos de video, que consistían fundamentalmente en cazar figuras públicas mediante voluminosos y seleccionables traseros.
Al no poder ocultar el sol con el dedo, aunque se trate del dedo presidencial, la noticia se globalizó, y en los encabezados de la prensa mundial se leía: “Se está armando el pedo en México”.