sábado, 14 de agosto de 2010

Sabineando

Era una noche tranquila y templada cuando salí del bar. Mi amigo Pablo, el trovador de la taberna, había renovado su repertorio Sabinezco y esto me puso de buen humor, además como el ambiente se animó como pocas veces, decidí quedarme un poco más tarde de lo acostumbrado. Regularmente iba los martes al bar El Templo del Morbo(1) a escuchar buena música y convivir con los amigos, pero me retiraba cual Ceniciento para que la desvelada no hiciera mucha mella y terminara por manifestarle mi desprecio al despertador.
Salí alegre, más bien, ya medio alegrón por ahí del las tres de la madrugada, y a unos cuantos pasos de mi coche, escuché una juvenil voz que gritaba: "Amor, amor, espérame". Volteé intrigado y me sorprendió ver a una bella damita, de entre 23 y 25 años, que llamaba cariñosamente a alguien a mis espaldas encaminándose en nuestra dirección. Giré mi cuello de izquierda a derecha y viceversa buscando a quien le hablaba la rubia platino(2) que se acercaba, pero no encontré a nadie. Se estaba dirigiendo a mí.
Llevaba botas negras, bufanda a cuadros, minifalda azul(3), esto último no es del todo cierto, no hacía frío como para llevar bufanda, ni tampoco llevaba minifalda, lo digo como una ocurrencia de la canción de Sabina que acababa de escuchar, pero lo de las botas sí, además de un pantalón de cuero entalladísimo que debió haberse puesto con nalgador, y un escote de esos que tocan el hombro de la imaginación. La susodicha rubia estaba buenísima, acababa de bajarse de un taxi el cual no avanzó, se quedó esperando, supongo, cómo un acto de cortesía, no fuera a ser yo un bribón.
Cuando llegó a mi lado, me encontró petrificado por la duda, ¿con quien me estará confundiendo esta chava? acto seguido, y sin ninguna consideración a mi estupor, me soltó la orden; "Llévame a otro lugar, me quedé picada y quiero seguir la fiesta".
- Discúlpeme señorita, yo a usted ni la conozco. Fue la primera pendejada que se me ocurrió.
- ¿Sabes qué? Me dijo al tempo que me abrazaba embarrándome su esbelto cuerpecito y acercando sus labios a mi oído: Estoy muy caliente ¿por que no me llevas a tu casa?, colgándose de mi cuello.
¡Dios guarde la hora!, pensé, ¡me matan! si llevo a mi casa una hembra en brama, mi madre me degüella las cabezas.
- Cómo te voy a llevar a mi casa si ni te conozco, (otra vez con esa estúpida respuesta) ¿Qué te pasa?, ¿qué traes? dije, tratando de esquivarla un poco.
- Pues entonces vamos a la mía o a un hotel, ¿no ves que estoy bien cachonda? al tiempo que empezaba a posar su mano donde el nombre de la espalda pierde la decencia.
Yo le notaba los ojos medios vidriosos. Al principio pensé que eran de amor, pero fijándome bien, tenía la mirada como extraviada, no con estrabismo, porque era dueña de unos hermosos ojos color miel, más bien como si fuera víctima de alguna droga, ¿o sería su calentura?.
Sus manos continuaban inquietas explorando mi cuerpo a diestra y siniestra, mientras su muslo tallaba abajito de mi cinturón, y me susurraba; "no seas malito, anda, llévame a un hotel, estoy muy caliente, ya no me aguanto".
Supe, que el miedo crece en proporción directa con la edad, y se alertaron mis sentidos, sobretodo el común. Mi instinto de conservación empezó a dudar del taxi que continuaba varado. Vigilé de reojo que no fuera a bajarse algún malhechor, pero no, todo era miel sobre hojuelas, mi diablo de la guarda había decidido salir y hacer fiesta, y mi otro instinto, el de preservar al especie ¿y porqué no? de mejorarla, obedecía el mandato divino de crecer y multiplicaos, y ya mi corazón bombeaba sangre a donde más se requería.
En tanto ella empezaba a agarrarme las partes blandas, ya sin blandura para entonces, que tampoco puedo llamarles nobles porque no lo son, y seguía insistiendo en el problema de su temperatura corporal, pidiéndome que le ayudara a apagar su fuego.
La verdad, empezó a gustarme el magreo, y entre el alcohol y el calorcito querendón, prendieron fuego a la lumbre. Total, si la vida se deja yo le meto mano…(4) . Me sentí Steve McQueen, incluso Brad Pitt(5), y entonces me deje querer. Mis hormonas jugaban a las vencidas con las neuronas, y las primeras estaban apabullando con suma facilidad, debo reconocerles que están mejor alimentadas y más consentidas. Pero de repente, cuando mis ojitos ya estaban viendo pa'dentro y con mi voluntad tan gruesa como la pared de una pompa de jabón, quitó su mano derecha de mi bragueta y la otra de mis posaderas y se encaminó sin decir palabra, eso sí, contoneando sensualmente el esqueleto hacia el taxi que aún seguía ahí, moviendo el culo, con un swing, capaz de derretir el hielo de las copas(6).
No te vayas, pensé, vamos, regatéame otro poquito no seas mala, ya me estaba animando, cuando vi que abordaba el taxi y se marchaba.
¿Qué pedo? Pensé, ¿habrá sido que el volumen que encontró al hurgar en mi entrepierna no cumplía sus expectativas? dudé. No, no lo creo…, no…, no pudo haber sido eso, repuso mi orgullo de inmediato, fue más bien que no cedí, respondió altiva la conciencia.
Me costó trabajo entrar al coche, mi vanidad y yo no cabíamos en el vehículo. ¡Por fin regresó mi chupamirto!, me festejé con hurras y serpentinas. A mis cuarenta y diez, cuarenta y nueve dicen que aparento(7), todavía soy capaz de despertar torbellinos pasionales, me vanaglorié dándome un leve golpecito en la barbilla y guiñándome el ojo izquierdo contemplándome en el espejo retrovisor del auto.
Y como además sale gratis soñar(8) dejé que la imaginación fluyera, acompañada de suspiros como campanas angelicales de fondo musical. Ya en el carro, cuando mi vanagloria por fin se dignó a bajar y tocar piso, pensé; ¿Qué le habrán dado de tomar a esa pobre chamaca que la dejaron tan caliente? Yo nunca he sido un Don Juan, mucho menos ahora que le han crecido los pantalones al viejo Peter Pan(9). ¿Le habrán dado esa droga que le llaman éxtasis? ¡Quiero probarla!, ¡Que viagra ni que cialis! Los besos que perdí por no saber decir, te necesito(10), pensé arrepentido, porque no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió(11), cuando una terrible y heroica idea atravesaron por mi mente ¿Y si el taxista aprovechándose de su condición, la viola? De inmediato, cual caballero medieval que defiende a su damisela, a toda prisa en mi corcel azul marino y a la voz de ¡Ayo Silver! me di a la tarea de buscar y perseguir al carro de alquiler para arrebatarla de las garras del dragón, pero fue inútil, ni huella de su ubicación, mi estoicismo, por culpa de mi vanidad, llegó con diez minutos de retraso después de que habían partido.
Ya más sereno, y rogando a todos los santos que el taxista no le hiciera daño, llegué a casa y entré, con mi eficaz estrategia de noches de parranda; de puntitas y zapato en mano, conteniendo toses, hipos y demás ruidos corporales para no despertar las iras del infierno. A un paso de la victoria, cuando creí haber burlado al diablo, sorpresa, en la puerta de mi recámara se encontraba mi madre lista para sermonearme; Que cuándo dejaría mis parrandas, que qué horas son éstas de llegar, que cada vez llego  más tarde, que ya era una vieja y no me viviría para siempre, que si mi padre viviera… Ya en la recámara, abyecto por el regaño de mami y sintiéndome merecedor del averno, empecé con mi rutina de empijamarme, depositando sobre el buró el reloj, los cigarros, las llaves, el celular, la cartera. ¡La cartera!, ¡En la madre! no estaba la cartera.
Lo malo no es que huyera con mi cartera…, lo peor es que se fuera, robándome además el corazón(12).

 

Fragmentos de canciones de Joaquín Sabina

(1) Peor para el sol
(2 y 6) El caso de la rubia platino
(3, 5 y 12) Medias negras
(4 y 8) La del pirata cojo
(7) Tan joven y tan viejo
(9) Cerrado por derribo
(10) Donde habita el olvido
(11) Con la frente marchita