sábado, 14 de agosto de 2010

Una familia fenomenal

Yo no la conocí, pero contaba la tía Lucrecia que mi abuela fue la primera mujer barbada que hubo en las ferias. No sólo trabajaba como la enigmática mujer de barba, entre acto y acto, rodaba cambiándose de carpa para exhibirse como la increíble mujer pelota. Las barbas en un principio fueron postizas, pues tuvo que improvisarlas porque el espectáculo de la mujer redonda no era suficiente atractivo para la concurrencia. Pero a fuerza del hábito de afeitarse cinco veces por día, y al deseo mayúsculo por sobrevivir porque su gordura la inmovilizaba, comenzó por salirle bozo, y a base de empeño, porque destacó por su obstinación, terminó por crecerle la barba. Sólo sus nalgas –decía el abuelo- eran más grandes que su terquedad. Debido al volumen de su cuerpo, no podía sostenerse en sus extremidades inferiores, parecía un tordo de patas flacas y culo ancho, fue por eso buscó trabajo en la feria exhibiéndose y donde no había mucha necesidad de caminar. Poco después, el espectáculo de mujer barbada dejó de ser el principal atractivo de la feria, cuando se descubrió que su striptease redituaba mayores ganancias.
El abuelo Halém trabajaba en un circo como faquir, recostándose en camas de clavos, tragando dagas y haciendo bailar culebras. Se dice que era tan flaco que podía esquivar la lluvia, que utilizaba serpentinas en lugar de papel higiénico, se alimentaba sólo de unas cuantas nueces y media docena de uvas, quedando tan satisfecho, que aguantaba sin sufrimiento alguno hasta el siguiente día, pero si se excedía tan sólo un poco, se indigestaba y volvía el estómago durante tres días con sus noches.
Cuando el circo llegó al pueblo donde se encontraba la feria, el abuelo por error entró a la carpa de mi abuela cuando la estaban bañando, (lo del striptease fue a sugerencia suya) y quedó tan impresionado por sus glúteos de sandía, rosados como cerdito recién parido, y por los dobleces de sus inmensas carnes, que se le antojó dormir (y durmió) entre ellos. Pensó que sin duda alguna serían más confortables que sus alámbricas camas. A la abuela, por su parte, la flacura de Halém y su enturbantada figura, le despertaron sus calores internos haciendo honor a su nombre, que aunque todos la llamaban Cupi, su verdadero nombre era Concupiscencia Llamas.
El abuelo abandonó el circo y pidió trabajo en la feria desempeñando el mismo papel con tal de estar cerca de la abuela, porque también descubrió que las nalgas de Cupi eran tan frías, que al dormir atrapado entre ellas, el verano de aquel desértico pueblucho era un fresco oasis como los de su tierra natal.
Al poco tiempo de arrejuntarse nació mi padre. Nadie se percató que Cupi estaba embarazada hasta que una noche en plena actuación, comenzó a salirle por entre las piernas una masa sebosa que fue la cabeza de papá. La tía Lucrecia nació ese mismo año pero siete meses más tarde, y hubieran continuado reproduciendo hijos como conejos, ya que cuentan que la voluptuosidad y fogosidad de los abuelos no tenía llenadera. Su ardiente relación se convirtió en leyenda, y es que el abuelo desapareció en forma por demás misteriosa. Se cuenta que después que nació Lucrecia, no salían de la cama ni para las necesidades más básicas; la abuela porque sus piernas no sostenían mas el tonel de su tronco, y el abuelo porque lo fue secando el insaciable apetito coital de ambos. Hasta el día en que al abuelo ya no se le vio más. Se creé que Cupi se lo tragó enterito, porque después del enigma de su desaparición, la abuela eructaba con olor a fierro, padecimiento que la acompañó hasta el final de sus días.
Por eso digo que provengo de una familia fenomenal. Mi padre siempre uso capucha, de ahí su apodo de el Caperuzo, y era para ocultar el par de cuernos que tenía tras la orejas. Mi tío abuelo, Falopio, hermano de Cupi, quien toda su vida fue el escusado favorito de las aves. No había día en que un pajarraco no hiciera sus necesidades sobre mi tío. Hasta que una casualidad de brindó su salvación; siendo ya abuelo, le compró un globo a mi primo Fidel, su nieto, y en un paseo por el parque, ningún ave, ni de buen ni de mal agüero atinó a defecar sobre Falopio. Desde entonces, el muy anciano, salía todos los días a desafiar a los pájaros, enfundado en sus mejores garras y con su ridículo globo, lamentándose por qué no había elegido la profesión de globero, aunque pasó poco tiempo para caer victima del orín de los perros.  O mi tía Lucrecia que nació también con una deformación, con dos dedos gordos en el píe derecho nunca usó zapatillas escotadas, y yo, que tengo que utilizar este vergonzoso sostén; no porque tenga tendencias travestis ni porque mis pechos sean voluminosos, es por el agua de limón que destilan mis tetillas.