sábado, 14 de agosto de 2010

La foto

En la mesa redonda, la única circular de la cantina “El primer milagro”, Sofo y Filo departían alegremente en el rincón del bar después de ganarse el chupe gratis en una reñida partida de dominó.
-  Tons que Filo, ¿nos encueramos?
- Qué pasó pinche Sofo, somos machitos ¿Qué no?
- No seas güey, me refiero si vamos a ir al zócalo a la sesión fotográfica de Spencer Tunick.
- Pos a mi se me hace chida la idea de ver tanta vieja en pelotas, pero no chifles, que tal si hace frío y se me encogen mis vergüenzas. La neta, me daría harta pena traer el tilín cómo de recién nacido, o peor aún, que tal si se me para con tanta vieja en cueros; el pedo no es ocultarla, porque hasta la presumiría gustoso, la bronca es luego como me la bajo.
Sofo reía divertido de las ocurrencias de Filo. Se llamaba Filemón, pero a Sofo le gustaba decirle Filo, por la abreviatura de su nombre y por sus comentarios agudos. A Sofo le decían así porque su apodo se fue desvirtuando. Comenzaron diciéndole el filósofo, por ser un devorador de libros, sobretodo de mitología Griega, y le gustaba ahondar en temas profundos. Regularmente era observador, taciturno. Chupaba como esponja y sólo a medios chiles afloraba su personalidad filosófica. Después su apodo cambió a Sófocles, hasta que quedó en Sofo. Nadie recordaba su verdadero nombre, simplemente era el Sofo.
- No seas pendejo Filo, la onda va más allá de ver chavas vestidas de epidermis. Es volver a nuestras raíces. Nuestros antepasados iban desnudos como cualquier animal, se arropaban sólo cuando tenían frío. Pero no quiero aburrirte con rollos antropológicos, basta con decirte que la sociedad acabó por tratarlo de forma pecaminosa, cuando debería ser lo mas natural del mundo.
- ¿Pero a poco no te excita ver viejas encueradas? A mí, la mera neta, un chingo.
- Eso porque las ves vestidas todo el tiempo. A mí se me hace más erótico una minifalda, o unos pantalones ajustados. ¿No recuerdas esa película de María Félix que excita a todo el jurado mostrando apenas el tobillo? ¿A poco no encuentras más sugerente un escote?
- La mera neta, simón. Pero es por culpa de mis manos.
- ¿Ah Chingá, cómo que de tus manos?
- Es que tienen vocación de brasier. Me cae que si es verdad el rollo ese de la reencarnación, me gustaría en el futuro ser un Wonder Bra copa “C”.
- No mames pinche Filo, que ocurrencias tienes, siempre sales con tus pendejadas. Por eso me caes bien. Salud por la vocación de tus manos.
- Salud güey, y sí voy a ir, ya sabes que nunca me rajo.
- ¿Sabes que he pensado, Filo? Que nos estamos volviendo entes solitarios, que la tecnología nos está encerrando puertas adentro. Mira, cuando empezó la radio….
- Párale, párale güey. Si estamos chupando tranquilos. Te quiero un chingo pero no exageres. Vas a soltar uno de tus choros interminables y no nos hemos puesto de acuerdo a qué hora nos vemos mañana. Ya ves, empezamos a tomar desde las dos y ya van a dar las once, y si no mal recuerdo nos citaron a  las cuatro de la madrugada ¿no? Siquiera hay que dormir un rato.
- Ta bien. Nomás pedimos la del estribo y nos vamos. Quedamos en  vernos en casa del Poncho a las 3:30, ya acordé con el Negro, también con el Cochambres y el Pachuco. Él les avisará a los demás.
- Pos chupando que es gerundio. Nomás te lo lavas, no vayas a quedar delante de mí en la posición fetal y me tenga que chingar tu buqué.
- Salud pinche Filo.
Puntualmente, como si fueran ingleses, llegaron de a poco a casa de Poncho. Tomó de imprevisto a Sofo que su hermana Andrea se hubiera inscrito en la lista. Se consideraba un “open mind” pero no le agradaba mucho la idea de ver a su hermana en cueros y menos delante de sus cuates, ya se imaginaba que su apodo cambiaría a “Cuñáo”; pero aún así, la felicitó por su decisión y se hizo acompañar por ella hasta casa del Poncho. Pero más le sorprendió ver al Cornetas con su mamá; una señora entrada en años y carnes, sin embargo, alabó para sus adentros la valentía y osadía de ambos. En definitiva, era algo insólito que asistiera doña Luisa, quien en innumerables ocasiones departió con ellos la comida; señora amable y cariñosa que los vio crecer, que los llevó al parque cuando niños; les disparaba los helados y les curaba sus raspones. Llegó a ser hasta confidente de más de uno cuando se les quebraba un poco el corazón por un desaire de adolescentes. No quería ni imaginársela tal y como Dios la trajo al mundo, y mucho menos la viceversa. Prefirió no pensar más en ese asunto pues su presencia y la de su hermana le mermaban las agallas.
Cuando llegaron él y Andrea, ya estaban Filo, el Negro, Laura y Pilar, y desde luego Poncho que peleaba con su hermano Memo diciéndole que no podía ir por ser menor de edad. Minutos más tarde llegaron el Cochambres, Paco con su novia Nanda y el Pachuco. A punto de partir, llegaron los leandros Juanito y el Cachetes. Hechos bola en la camioneta, Filo les advirtió a estos últimos que no fueran a empezar con mañosas mariconadas, que iban a convivir como gente decente, que si empezaban con puñalerías, los iba a correr a punta de patadas en el remolino negro.
Se estacionaron lo más cerca que pudieron del zócalo y se formaron en la larguísima fila con inscripción y documentos en mano.
Cuando por fin dieron la orden de destape, se desvistieron a toda prisa y corrieron a la plaza mayor. A Sofo no pasó inadvertida la tremenda erección que lucía Filo trotando orgulloso con los hombros echados pa atrás y los brazos separados, ni tampoco la salivación atragantada de Andrea y Laura, cuando pasó junto a ellas un atlético Adonis con atributos de burro.
Ya en pleno zócalo, esbozó una triunfal sonrisa, se sintió parte de una tribu de neandertales del siglo XXI, pero no en la selva, sino consciente que estaban en la explanada principal de la ciudad de México. Desnudarse y ver a 20 mil personas encueradas siguiendo indicaciones, lo sintió de la forma más natural del mundo, despojándose aparte de sus ropas, de los tabúes y complejos que la sociedad impone. Ver a flacos y gordos, altos y chaparros, prietos y güeros, nacos y fufurufos, hombres y mujeres desinhibirse tan naturalmente, era un logro, un acto de rebeldía contra lo impuesto por cientos de generaciones. No dejó de pensar en lo sofisticada que ha hecho la vida la humanidad, que con el paso de los años, pequeños grupos de poder con su retórica abundante en sofismas, han sembrado confusión, haciendo complejo lo fácil y natural con conjeturas de apariencias de verdad. Vivió el momento, no como una foto para un museo ni como un record para los absurdos Guines, más bien como un regreso a las raíces, desatándose de grilletes invisibles e inventados. En esos breves instantes no había ricos ni pobres, o por lo menos, no había por qué, ni manera de clasificarlos.
Terminada la sesión se sintió feliz. Gritó, saltó y bailó con entusiasmo. Alguna gente lo miro extrañada, pero a unos cuantos los contagió su jubilo y retozaron con alegría. Habían logrado desprenderse de algo más que su ropa, sintieron la libertad del espíritu y la dejaron surgir sin complejos ni ataduras sociales. Se abrazó a su hermana y saltaron desnudos riendo a carcajadas como dos infantes, como cuando los bañaba su mamá en la misma tina y jugaban con buches de agua.